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LA VANA REFERENCIA DE WESLEY
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El propósito principal de Juan el Bautista era guiar a la gente hacia Jesús, “el Cordero de Dios.” Su mensaje se centraba en Cristo. En el punto culminante de su predicación, les dijo, “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
Juan el Bautista sabía mucho sobre Jesús. Él saltó de alegría en el vientre de su madre Isabel cuando su prima María llegó con el niño Jesús en su vientre (Lucas 1:44). Yo creo que Juan el Bautista creció con Jesús y lo conoció bien. Él podría haberlo representado de muchas maneras. Él podría haberlo llamado un gran profeta, un gran maestro moral o un gran ejemplo, pues Jesús era, en muchos sentidos, todo esto y más. Sin embargo, Juan sentía que ninguna de esas descripciones captaba plenamente la característica principal de Cristo. Para Juan el Bautista, la descripción más importante de Jesús era,
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
“¡Mira!” él dijo. “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”
Esos quienes escuchaban a Juan el Bautista todos eran Judíos. Todos ellos sabían lo que significaba el término “Cordero de Dios,” al menos en apariencia. Allí, en Jerusalén, se sacrificaba un cordero en el Templo cada mañana y cada tarde. Y en la gran fiesta de la Pascua, se sacrificaba un cordero cada Abril, en memoria del Éxodo, el momento, siglos antes, en que Dios liberó a los Judíos de la esclavitud en Egipto. Juan conocía todas las referencias del Antiguo Testamento al Cordero de Dios.
Juan el Bautista era hijo de un sacerdote del Templo Judío de Jerusalén. Él conocía todos esos tipos y figuras del Antiguo Testamento. Él sabía que Abel ofreció un cordero,
“Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda”
(Génesis 4:4; p. 9).
Él sabía lo que Abraham le dijo a Isaac en el monte Moriah,
“Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”
(Génesis 22:8; p. 31).
Él recordó que Dios le dijo a Moisés,
“En el diez de este mes tómese cada uno un cordero…Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas…y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad”
(Éxodo 12:3, 7, 13; pp. 79, 80).
Podría haber citado el capítulo cincuenta y tres de Isaías,
“Como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7; p. 733).
Así, Juan el Bautista debió saber que Jesús no solo era el Mesías, sino también el Cordero de Dios que quitaría los pecados del mundo mediante su sacrificio de sangre en la cruz. Por eso Juan dijo,
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
Me han acusado de ser más evangelista que pastor. Es una acusación que estoy dispuesto a aceptar. Me pone en buena compañía no solo de Juan, sino también de Jesús mismo.
Yo siento que los Domingos no puedo hacer nada mejor que Juan el Bautista. En estos servicios Dominicales Yo debo hacer “obra de evangelista” (2 Timoteo 4:5). Hay tantos jóvenes perdidos en cada servicio Dominical que siento que necesitan escuchar la predicación del Evangelio. Esta predicación sobre la salvación por medio de Jesús inspira y anima a los Cristianos. Tenemos un banquete del Evangelio en cada servicio Dominical, tanto por la mañana como por la tarde. Que hasta el final de mi ministerio y de mi vida, el gran lema de mi predicación Dominical permanezca,
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
Al pensar en este texto, yo quiero que notes tres cosas.
I. Primero, Juan experimentó esta verdad él mismo.
Aunque saltó en el vientre de Isabel cuando ella se acercó a la madre de Jesús, aún él no conocía a lo Él cómo el Cordero de Dios. Hubo una ocasión en que Juan el Bautista dijo, “No le conocía” (Juan 1:33). Spurgeon comentó,
Juan conocía a Jesús, pero no lo conocía como el que Carga- el-Pecado. Yo creo que él debió haber conocido la vida del santo niño, su pariente cercano, mientras crecía en gracia ante Dios y los hombres; pero él aún no había visto en él el sello que lo identificaba como el Hijo de Dios…Pero cuando finalmente [Juan el Bautista] recibió esa señal personal, cuando sumergió [a Cristo] en las aguas del Jordán [y escuchó a Dios decir] “Este es mi Hijo amado,” entonces él lo reconoció y [entonces] estuvo seguro. Cuando él habló después, él no dijo, “Yo creo que este es el Cordero de Dios”…No, él exclamó con valentía, “¡Míralo! Véanlo ustedes mismos. ¡Este es el Cordero de Dios!... Contemplen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (C. H. Spurgeon, “Behold the Lamb of God,” [“Contemplen al Cordero de Dios,” The Metropolitan Tabernacle Pulpit, [El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano] Pilgrim Publications, reimpresión de 1974, volumen XXXIII, pág. 568).
Yo espero y rezo para que cada uno de ustedes también experimente personalmente a Jesucristo. Que tengan la certeza de que Él es el Cordero de Dios que quita tus pecados. Algunos de ustedes fueron criados de niños para creer que Jesús es el Cordero de Dios que quita pecados. Otros esta mañana lo escuchan por primera vez. Pero si lo han escuchado muchas veces, o solo una vez, aun así, lo que se revela en la Biblia debe hacerse realidad en su corazón por el Espíritu Santo. Tú tienes que saber, por tú mismos, que Jesús es el Cordero de Dios que ha quitado tus pecados, sí, incluso tus propios pecados.
Antes de que John Wesley fue convirtiendo, un pastor Alemán le preguntó, “¿Conoce a Jesucristo?” Wesley hizo una pausa y, refiriéndose a nuestro texto, dijo, “Sé que es el Salvador del mundo.” “Es cierto,” respondió el pastor, “¿pero tú sabe que te ha salvado?” Wesley respondió, “Yo espero que haya muerto para salvarme.” El pastor preguntó, “¿Pero tú conoces que el salvo a tú mismo?” Wesley respondió, “Yo sé. Pero yo temo que eran palabras vanas [vacías y falsas]” (The Journal of John Wesley, [El diario de John Wesley] Moody Press, sin fecha, págs. 36-37). Fue más de dos años después, en la calle Aldersgate, en Londres, que John Wesley, en un estado de despertar, bajo convicción de pecado, fue...
…donde uno leía el prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos. Aproximadamente a las nueve menos cuarto, mientras describía el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, yo sentí una extraña calidez en mi corazón. Yo sentí que sí confiaba en Cristo…Y recibí la seguridad de que él había quitado mis pecados, incluso los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte (The Works of John Wesley, [Las Obras de John Wesley], Baker Book House, reimpresión de 1979, volumen I, pág. 103).
Wesley ya no repetía en vano la proclamación de Juan. Ahora decía, “Sentí que sí confiaba en Cristo...él había quitado mis pecados, incluso los míos.” De la misma manera, el propio Juan el Bautista vio a Jesús como el que carga-los-pecados, y proclamó,
“Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1:34; p. 1073).
II. Segundo, Juan describió a Jesús como el único Cordero.
Él dijo,
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
Fue como si Juan el Bautista mirara hacia adelante y viera, en el Cielo,
“El trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22:3; p. 1309).
Y es como si viera esa gran multitud de gente en el Cielo, y pudiera estar de acuerdo con el Apóstol,
“Estos son los que…han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14; p. 1293).
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Los Hechos 4:12; p. 1110).
Jesús Él mismo dijo,
“Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6; p. 1091).
¿Por qué es así? Porque solo Cristo es
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
III. Tercero, Juan describió a Jesús como el sacrificio de Dios.
Él llamó a Jesús “el Cordero de Dios.” Jesús es el Cordero de Dios. Él es el Cordero que Dios mismo proveyó y envió a morir en la cruz para salvarte de la culpa y el poder del pecado. Jesús vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). ¡Ese eres tú! Jesús vino a salvarte de tus pecados ante los ojos de Dios. El versículo más querido de toda la Biblia dice,
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16; p. 1074).
El apóstol Pablo dijo,
“Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:24-25; p. 1151).
“Propiciación” se refiere al apaciguamiento de la ira de Dios. Jesús fue enviado por Dios para propiciar, absorber y apaciguar la ira de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado” a Jesús para apaciguar, absorber y apaciguar Su ira contra tu pecado (Juan 3:16). Sin la crucifixión de Cristo, todo el peso de tu pecado recaería sobre tus hombros y, en el futuro, Dios te condenaría al infierno por tu pecado, y con razón. Pero Jesús cargó con el justo juicio de Dios sobre Él mismo, y fue castigado por Dios en tu lugar, para satisfacer la ley y la justicia divinas. Dios no puede ser justo si no castiga el pecado – por eso, Dios cargó el pecado del hombre sobre Jesús.
“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (I Pedro 2:24; p. 1270).
En última instancia, no fueron los Judíos ni Pilato quienes enviaron a Jesús a morir en la cruz. En realidad, solo fueron los instrumentos humanos que Dios usó – pues fue Dios quien envió a Jesús a morir en nuestro lugar, para que Él pudiera ser justo y justificar a hombres y mujeres pecadores. Cuando los clavos fueron clavados en las manos de él, fue Dios quien movió el martillo que las atravesó. Cuando el látigo le abrió grandes heridas en la espalda de Él, fue Dios quien movió el azotador para golpear a Jesús hasta dejarlo medio muerto.
“Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado”
(Isaías 53:10; p. 733).
¿Por qué Dios le haría tal cosa a Jesús? Para cumplir al pie de la letra la justicia de Él odio al pecado y, al mismo tiempo, liberar al pecador creyente, porque Jesús había ocupado su lugar y había recibido el dolor y la tortura que el pecador debía haber recibido. Pero por la misericordia de Dios, Jesús fue el chivo expiatorio, el que recibió todo el castigo, para que el pecador convertido pudiera ser libre y no recibir castigo alguno – porque Jesús había sido castigado en su lugar. “¿Qué?” tú dices, “¿Jesús fue castigado por mis pecados?” Sí, y su disposición a pasar por el horror de Getsemaní, la flagelación y la cruz demuestra cuánto te ama Jesús. Si tú a Él no le importara, te habría dejado ir al infierno. Pero Su gran amor por ti envió a Él a la Cruz para ser torturado y crucificado por la voluntad y el propósito de Dios – porque Dios sabía que Su Hijo tenía que ser horriblemente abusado y clavado en la Cruz, para pagar por todos los pecados que tenemos en nuestros corazones y en el registro de Dios, y para limpiarnos con Su preciosa Sangre.
“He aquí el Cordero de Dios,”
porque Él es el Cordero de Dios de principio a fin. Y Dios envió a Él para ser crucificado por tu pecado, para pagar por él, para expiarlo, para pagar el precio y para absorber la ira de Dios por tus pecados – tanto los pecados que la gente conoce como los que nadie conoce excepto Dios, y también el pecado que heredamos de Adán. Jesús vino a morir para pagar la deuda que tenemos con Dios por el pecado en nuestros corazones y vidas, y el pecado que heredamos de Adán.
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo,”
Jesús Sí mismo, al soportar el peso del pecado, al ser brutalmente golpeado por él y al sufrir una muerte horrible, hizo todo esto para asegurar nuestra salvación. Fue a la Cruz para apaciguar la ira de Dios y quitarnos la culpa del pecado. Su única razón para pasar por el dolor sangriento y horrible, como nuestro sustituto, fue para salvar nuestras almas de la condenación – porque Él pagó nuestra sentencia, en nuestro lugar, para liberarnos de ella.
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17; p. 1074).
¡Qué Salvador tan maravilloso! Y yo les aseguro que no uso esa palabra en la jerga cotidiana. Pero debería usarse para describir a Jesús, pues Él es el asombroso portador-del-pecado. Pero es una burla usar “asombroso” para la mayoría de las cosas en este mundo caído. Todo esto y más, Juan, en palabras sencillas, predicó al pueblo.
De niño, yo vi una estatua de Jesús en una iglesia Católica. Estaba cubierto de sangre, cargando su cruz. Solo años después descubrí que lo hizo para salvarme de mi culpa y mi pecado. Yo no conozco otra manera de salvar a los hombres que mediante el sacrificio sangriento de Jesús, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
Y os invito esta mañana a que vengáis a Jesús, que
“fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios”(Marcos 16:19; p. 1028), en Su ascensión a ese glorioso lugar llamado Cielo.
Cae a los pies de Él. Ven a Él. La Sangre de Él expiatoria limpiará tus pecados y serás salvo por Jesús para siempre, por los siglos de los siglos. ¡Oh, míralo! Ven a Él,
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
Ven a Él en el Cielo, donde aún El todavía está vestido en las vestiduras sangrientas de Getsemaní, Su flagelación y la Cruz, porque ahora mismo está, “vestido de una ropa teñida en sangre” (Apocalipsis 19:13). Y cuando tú vienes a Jesús, él quitará tus pecados, incluso los tuyos, y tú serás completamente purificado por la sangre propia de Él, que quitará tus pecados, incluso los tuyos, y te salvará, como dijo Wesley, “de la ley del pecado y de la muerte.”
¿Qué puede lavar mi pecado?
Nada más que la sangre de Jesús;
¿Qué puede sanarme de nuevo?
Nada más que la sangre de Jesús.
¡Oh, precioso es el fluir
Que me blanquea como la nieve;
No conozco otra fuente,
Nada más que la sangre de Jesús.
(“Nothing But the Blood” [Nada Más que la Sangre] por Robert Lowry, 1826-1899).
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29).
Así es como eres convertido en un verdadero Cristiano. Acércate a Jesús, y oramos para que Satanás y todos sus demonios no puedan impedírtelo.