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EL SUFRIDOR SIN PECADO

Un sermón escrito por Dr. R. L. Hymers, Jr., Pastor Emérito
y dado por Jack Ngann, Pastor
en el Tabernáculo Bautista de Los Angeles
La Tarde del Día del Señor, 10 de Abril, 2022

“Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos” (Isaías 50:6; p. 730 Scofield).


Mientras leía Isaías 53, el Eunuco Etíope dijo, “¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?” Felipe el evangelista comenzó en ese mismo capítulo cincuenta y tres de Isaías y “le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:34, 35). Ahora llegamos al capítulo cincuenta y el sexto verso. Una vez más nos preguntamos “¿de quién está hablando Isaías? de si mismo o algún otro?” Y de nuevo, como lo hizo Felipe, debemos comenzar en este verso, y predicarte de Jesús! Este es sin duda uno de los versículos a los que Jesús se refirió cuando dijo a los Discípulos que él no tardaría en cumplir con lo que los profetas escribieron de él. Jesús estaba guiando sus Discípulos hacia Jerusalén por última vez. Él les dijo:

“He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán...” (Lucas 18:31-33; p. 1060).

Una profecía tan clara de azote y esputo como la que vemos en Isaías 50:6 seguramente se refiere al Señor Jesucristo. El gran erudito y comentador del Hebreo, Dr. John Gill (1697-1771) dice abiertamente que este capítulo habla de Jesús, al igual que el comentador Matthew Henry (1662-1714). El comentador moderno Dr. Edward J. Young (1907-1968) dijo esto sobre nuestro texto:

Solamente una persona que está enteramente sin pecado puede sufrir sin un espíritu rebelde. Por esta razón, como Pieper correctamente señaló, si el profeta aquí describiera a la nación de Israel, aun si fuera lo mejor de ella, estaría dando un retrato no cierto y falso. El Unico que puede sufrir pacientemente es el Unico que no tiene pecado, el Cristo de Dios. (traducción de Edward J. Young, Ph.D., The Book of Isaiah, Vol. 3, Chapters 40-66, Eerdmans Publishing Company, 1972, page 301).

Y Spurgeon, el “Príncipe de los Predicadores”, dijo: “Creemos que el que habla en este verso es Jesús de Nazaret, el Rey de los Judíos, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, nuestro redentor…Isaías podría haber sido uno de los Evangelistas, que describe tan exactamente lo que el Salvador padeció” (traducción de C. H. Spurgeon, “The Shame and Spitting,” The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, 1972, tomo XXV, pp. 421, 422).

“Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos” (Isaías 50:6).

Yo te pido esta tarde que mires a Cristo Jesús, y pienses profundamente sobre Él quien sufrió tal tortura y dolor para salvarte. Mira afuera de ti mismo por unos cuantos minutos y mira a Él.

I. Primero, mira a Jesús como Dios en carne.

En Jesucristo, Dios bajó a nosotros en carne humana. En Su nacimiento Él fue llamado “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Dios descendió en Jesús para morar entre nosotros. Él descendió entre nosotros con todo el poder de la Deidad en carne. Él alimentó a los hambrientos. Él sanó a los enfermos. Él resucitó a los muertos. Él expulsó demonios. Él caminó sobre el agua del Mar de Galilea. Con Su palabra causó que la red de ellos se llenara de grandes peces. Él multiplicó panes y pescados para que miles fueran alimentados. Él hizo las obras de Dios el Padre, y dichas obras prueban que Él era Dios el Hijo.

Pocas personas reconocieron quién era Él. Pero eran muy pocas, así que se puede decir que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Ellos débilmente reconocieron que Él no era como cualquier otro hombre. Pero gritaron: “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (Juan 19:15). ¡Eso fue lo que dijeron de Él quien había descendido a ellos del Cielo!

Él vino a ellos para bendecirlos. Él vino a ellos sin una mancha de pecado. Incluso el gobernador Romano dijo: “Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:38). Vino lleno de dulzura y amor. Él vino a hablar palabras de ánimo a los que estaban cansados y enfermos. Él vino a consolar a los que estaban deprimidos y derribados. Salió a la gente. Él comió con los marginados y los pecadores. Tomó a los niños pequeños en sus brazos y los bendijo. Pero en lugar de ser recibido Él fue azotado hasta el punto de la muerte por un látigo cruel. En lugar de ser honrado Él fue rechazado, Lo humillaron. Arrancaron el pelo de Su barba. Ellos se burlaban y escupían en Su rostro. El escupir y el azote mostraron lo que la humanidad hace a Dios. Muestra lo que la gente haría a Dios Todopoderoso si pudieran. Joseph Hart lo describió así,

Ved cuan paciente está Jesús,
     ¡Insultado [en este terrible lugar!]
Al poderoso ataron,
     Al creador escupieron.
(Traducción libre de “His Passion” por Joseph Hart, 1712-1768;
     alterada por Dr. Hymers).

Cuando alguien rehúsa asistir a la iglesia, escupe en el rostro de Dios. ¡Cuando alguien dice “no” cuando se le pide que confíe en el Salvador, sería igual que tomara el látigo y azotara Sus espaldas! Todo acto de pecado es como azotar la carne de la espalda de Jesús. Todo pecado es un insulto a Dios y a Su Hijo. Todos los que han oído el Evangelio y rehúsan confiar en el Salvador son como aquellos hombres que abofetearon a Jesús. Los que continúan rechazando a Jesús son igual que los que Le arrancaron la barba de Sus mejillas. ¡Por unos momentos de placer tú rechazas el amor de Dios, humillas a Su Hijo, y te arriesgas a una eternidad en el fuego del Infierno!

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué raza pecaminosa somos los humanos! ¡Es horrible pensar de tantos en esta ciudad que rechazan el amor de Jesús y escupen en Su rostro paciente! Puedo llamar a tu cruel rechazo demoníaco. Los demonios jamás cometieron tal pecado como el tuyo. Ellos jamás tuvieron oportunidad de ser salvos por Jesús después de que pecaron. Ellos jamás tuvieron oportunidad de ser lavados, limpios por la Sangre de Jesús después de que se rebelaron. Pero tú has tenido una oportunidad tras otra. Y todavía escupes al rostro de tu Salvador por rechazarlo. Tú debes mirar a Él que has tratado vergonzosamente, y dolerte por Él. ¡Oh, que el Espíritu de Dios te mueva a arrepentirte en temblor y en lágrimas!

“Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos” (Isaías 50:6).

II. Segundo, mira a Jesús como el sustituto para los pecadores.

Cuando nuestro Señor Jesucristo sufrió fue por nosotros los pecadores. La Biblia dice:

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5; p. 732).

Por las llagas de Jesús y por ser Él molido, también por Su muerte, nosotros somos curados de la enfermedad del pecado.

Jesús tomó nuestro pecado sobre Sí mismo. Para tomar nuestro pecado Él tuvo que ser tratado como el pecado sería tratado. El pecado merece azote. Merece ser escupido. Merece ser crucificado. Y por haber tomado Jesús nuestro pecado sobre Sí mismo, Él tuvo que ser puesto en vergüenza. Él tuvo que ser azotado. Si quieres ver lo que Dios piensa del pecado, mira a Jesús, escupido por los soldados, Su espalda flagelada en tiras, y Su barba arrancada de raíz. Si tú y yo, siendo pecadores, fuéramos azotados, y golpeados, y despreciados, no nos sorprendería. Pero Él que llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo era Dios. Ya que Jesús fue puesto en nuestro lugar, como sustituto nuestro, está escrito de Dios el Padre: “El que no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8:32). “[El Padre] quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” – Él hizo el alma de Jesús ofrenda por el pecado (Isaías 53:10). Cuando nuestro pecado fue imputado a Jesús lo arrojó a Él a la mayor vergüenza y sufrimiento antes de que el pecado pudiera ser removido.

Recuerda también que Jesús se ofreció libremente para tomar tu lugar. De buena gana lo hizo. El texto dice: Él dio su cuerpo a los heridores. Él dio Sus mejillas a los que mesaban Su barba. Él no escondió Su rostro de injurias y de esputos. Él no trató de escapar de los insultos y la vergüenza. Él libremente se ofreció a permanecer en tu lugar y ser castigado por tus pecados. El Hijo de Dios voluntariamente se hizo una maldición por ti.

El que cubrió de oscuridad los cielos, no cubría Su propio rostro. El que ata al universo con un cinto fue atado y con los ojos vendados por los hombres que Él había creado. Aquel cuyo rostro brilla como el sol fue escupido. ¿Por qué no escupir en los ángeles? ¿No había lugar para escupir, sino que en el rostro del Salvador? ¡Yo podría desear que el hombre nunca hubiera sido creado, en vez de escuchar de él cometer semejante horror!

¿Ya que Él pasó a través de esto para salvarte, vas a confiar en Él como tu sustituto? ¡Si lo haces, tu castigo será quitado en un instante, limpiado por Su Sangre que lo redime todo!

III. Tercero, mira a Jesús como tu propio Salvador.

Tú has oído el Evangelio y has rechazado al Salvador. Es como si Jesús ha venido y te ha ofrecido el pan de vida, y has alzado tus manos y has dicho “No lo quiero”. Si eso no es escupir en el rostro de Dios no sé qué es.

¿No te has dado cuenta ya que Jesús pasó por todo ese dolor y sufrimiento solo por ti – solo porque Él te ama? ¿No puedes volverte de pensar solamente sobre ti mismo lo suficiente para mirar a Él, y pensar en Él, y amarlo a Él por un momento? ¿No puedes amar a Jesús por un momento? El himno dice: “Hay luz en una mirada al Salvador”. Una mirada rápida fuera de tus propios pensamientos y sentimientos funcionará. ¿No puedes escapar de la prisión del yo – de ti mismo – por solo un momento? “Mirad a mí, y sed salvos” (Isaías 45:22). Mira a Él, tiras de su piel colgando de Su espalda ensangrentada. Mira a Él, con sangre corriendo de sus llagas en Su rostro donde partes de Su barba han sido arrancadas. Mira a Él, llevando Su propia cruz, cayendo bajo su carga vez tras vez, desmayando bajo el peso de ella. Mira a Él – mientras los clavos atraviesan Sus manos y pies, mientras se burlan de Él, y le gritan. ¡Mira a Él, muriendo en la Cruz por ti! ¡Sí, por ti! ¿No te puedes arrancar de pensar sobre ti mismo, tus sentimientos, tu propia vida egoísta para pensar en Él por solo un momento? “Hay luz en una mirada al Salvador”.

Quizá no lo he explicado bien. Quizá podría haber dicho más, o mejor. Quizá no oré lo suficiente antes de hablar. Pero lo que haya sido mi falla o errores que haya cometido esta tarde, Jesús no ha cometido ninguno. Y es Él, no yo, que te llama a mirar a Él, y ser salvo. Él te dice ahora mismo: “Mirad a mí, y sed salvo”. Tú podrías decir: “No lo puedo sentir a Él”. ¡Tú no necesitas sentirlo a Él! Solo mira a Él. Tú dices “puedo hacer un error”. No necesitas preocuparte por eso. ¡Fuiste confundido por eso antes – pero no puede haber confusión ahora! Solo mira a Él. Aun una mirada rápida funcionará. “Hay luz en una mirada al Salvador”.

No soy capaz de entender,
     La voluntad y el plan de Dios;
Yo solo sé a Su diestra está
     ¡El Único, mi Salvador!

En Su palabra confío yo;
     Leo “por el vil Jesús murió”;
Pues en mi ser necesito yo,
     ¡Que sea Él mi Salvador!

Que Él dejara el Cielo allá
     Por el pecador a morir aquí,
¿Extraño es? Yo así pensé,
     ¡Antes de venir al Salvador!
(Traducción libre de “I Am Not Skilled to Understand”
     por Dora Greenwell, 1821-1882; a la melodia de “Just As I Am”).

En Jesús pon tus ojos,
     Tan lleno de gracia y amor,
Dudas y temor se empañarán,
     A la luz del glorioso Señor
(traducción de “Turn Your Eyes Upon Jesus”
     por Helen H. Lemmel, 1863-1961).

Amén.