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¿ES DIOS POR TI O CONTRA TI?

por el Dr. C. L. Cagan

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 5 de mayo de 2019

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”
(Santiago 4:6).


Nuestro texto es uno de mis versos favoritos en la Biblia. Esto mira atrás al Proverbio 3:34, “Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia”. El apóstol Pedro dijo lo mismo: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (I Pedro 5:5).

¿Qué significa ser soberbio? El Diccionario de Merriam-Webster define “soberbio” como “tener o mostrar excesiva [demasiada] autoestima”. La soberbia y la autoestima significa tener una alta opinión de ti mismo, pensar bien de ti mismo, estar seguro de ti mismo. Te pones arriba, no abajo.

¿Qué significa ser humilde? El Diccionario de Cambridge define “humilde” como “tendiendo a considerarte como no tener una importancia especial...bajo en rango o posición.” Ser humilde significa que tienes una baja opinión de ti mismo. No tienes confianza. Piensas mal de ti mismo. Te pones abajo, no arriba.

Esta mañana voy a hablar de ambos tipos de personas. Voy a mostrar cómo encontraron la salvación o no.

I.

Primero, los que saben mucho, y están satisfechos consigo mismos, no encuentran la salvación.

Había muchas tales personas en la época de Jesús. Fueron a reuniones religiosas. Conocían la Biblia. Sabían de Dios. No necesitaban nada más. Lo que tenían era suficiente para ellos. No necesitaban oír nada más. Estaban satisfechos y soberbios.

Algunos de ustedes no son muy religiosos, pero si eres similar. Vienes a la iglesia, pero no estas completamente adentro. No crees que necesites algo más. Después de todo, tienes otras cosas que hacer. Lo que tienes es suficiente para ti. No escuchas los sermones. No te afectan. Los sermones hablan de confiar en Jesús y de ser convertidos. Oyes las palabras, pero no te afectan. Aún estás perdido.

Algunos de ustedes son religiosos. Tu eres tal, pero de manera diferente. Vienes a todas las reuniones. Tu conoces el evangelio en tu mente. Tú puedes llamarte ser “convertido.” Pero lo que tienes es suficiente para ti. Así que no prestas atenciones a los sermones. No te afectan. Estás satisfecho y soberbio. Déjame contarte de la gente como tú.

Caifás era el sumo sacerdote de Israel en la época de Jesús. Tenía un excelente fondo religioso. Era miembro de la tribu de Leví, y descendiente de Aarón, hermano de Moisés. De otra forma, no podría haber sido el sumo sacerdote. Era el yerno de Anás, que había sido sumo sacerdote antes que él.

Caifás era un hombre inteligente. No se quedó con su posición por accidente. Tenía un cerebro político inteligente. Fue él quien dijo que “nos conviene que un hombre [Jesús] muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.” (Juan 11:50). Fue Caifás quien presionó al gobernador romano Pilato para crucificar a Jesús, diciendo: “no tenemos más rey que César” (Juan 19:15).

Caifás tuvo un estricto entrenamiento religioso. Él conocía la Torá muy bien, los primeros cinco libros de la Biblia, probablemente de memoria. Conocía todos los rituales judíos. Se comportó mucho mejor que la gente de hoy. Nunca cometió adulterio. Nunca se emborrachó. Nunca adoraba a un dios falso. Él seguía las leyes y costumbres de los judíos precisamente. Y hizo algo que nadie más podía hacer. Él entró en el Santo de los Santos en el templo una vez al año para ofrecer un sacrificio de sangre en el asiento de la misericordia, directamente en la presencia de Dios. ¡Nadie podía hacer eso, pero Caifás el sumo sacerdote!

Ciertamente debería haber estado cerca de Dios. Pero estaba soberbio. Pensó que estaba bien porque era religioso. Lo que tenía era suficiente para él. En su corazón valoraba su posición más alta que el Dios quien se lo dio. No tenía tiempo para Jesús el Mesías. En cambio, quería que Jesús fuera asesinado para que su propia posición fuera segura.

Humana y religiosamente, Caifás debió haber sido un gran hombre. Pero estaba soberbio. No creía que fuera un pecador. ¡Después de todo, él era el sumo sacerdote, no un ladrón o un asesino! Sólo pensó de sí mismo. Y pidió que el Salvador fuera crucificado. Después de la resurrección, cuando los apóstoles predicaron, se opuso a ellos. Su corazón era duro. Murió y se fue al infierno. Nunca encontró la salvación. Dios estaba en contra de Caifás. La Biblia dice,

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Jesús habló de dos hombres que entraron en el templo para orar. Uno era un publicano, un recaudador de impuestos. El otro era un fariseo. Era estrictamente religioso. Era moral. Estaba soberbio y confidente. Él le dijo a Dios: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Lucas 18:11, 12). Tenía un entrenamiento excelente. Mantuvo su vida religiosa. Lo que tenía era suficiente para él. Esperaba ir al cielo cuando muriera. Pero Jesús dijo que sólo oró “consigo mismo” (Lucas 18:11). Ese hombre no fue justificado cuando regreso a su casa (véase Lucas 18:14). Nunca encontró la salvación. Dios estaba en su contra.

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Otro hombre vino a ver a Jesús. Lo llamamos el gobernante joven rico. Le dijo a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Lucas 18:18). Pero no era una pregunta seria. Él habló a Jesús como un buen hombre a otro. Cuando Jesús le recordó los diez mandamientos, él contestó: “todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Lucas 18:21). Lo que tenía era suficiente para él. Pero cuando Jesús se enfrentó a él en cuanto a su amor por el dinero y le pidió que fuera su discípulo: “se puso muy triste” (Lucas 18:23). Se fue y nunca encontró la salvación.

¿Eres como Caifás, el fariseo y el gobernante joven rico? Tu eres tal si te enseñaron en la religión y estás seguro de ti mismo. Vienes a la iglesia varias veces a la semana, como lo hicieron. Tú te mantienes moralmente limpio, como lo hicieron. Escuchas sermones y tienes algún conocimiento de la Biblia y la doctrina, como lo hicieron. Y lo que tienes es suficiente para ti. Así que los sermones no te afectan. Al igual que Caifás, el fariseo y el gobernante joven rico, tu nunca hallarás la salvación. Dios estará en tu contra.

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Oh, no te llamas salvo como lo hicieron. Tu engaño va más allá de ellos. ¡Aunque admitas que estás perdido, estás tan soberbios como ellos! ¡Estás tan confiado en ti mismo como ellos! Tú dices: “¿Cómo puedo decir que estoy perdido y aún estar soberbio? ¿Cómo puedo decir que soy un pecador y aún estar soberbio?” Yo digo: “sí, tu puedes, y lo haces. Admites que estás perdido, pero tienes confianza en ti mismo como Caifás, el fariseo y el joven rico gobernante. Estás tan seguro de ti mismo como ellos.

¿Cómo puede ser? Piensas: “no soy como otras personas. Voy a la iglesia todas las semanas, y no lo hacen. Voy a una buena iglesia. Oigo el Evangelio cada semana. Recibo consejo personal. Y tengo muchos años para vivir. Seguramente voy a ser salvo tarde o temprano. No hay necesidad de preocuparse por mi alma ahora. No tengo que hacer nada ahora”. Esa es tu confianza en ti mismo. ¡Ese es tu soberbia! ¡Estás tan soberbio y seguro de ti mismo como ellos!

No crees que estas convertido todavía. Pero lo que tienes es suficiente para ti. Estás satisfecho con eso. No, no eres feliz, pero vas a quedarte con lo que tienes, como eres. No necesitas nada más. Estás satisfecho y soberbio.

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Como Dios resistió a Caifás, al fariseo y al gobernante joven rico, así que él se resiste a ti. Dios está en tu contra. ¡Siempre estará en tu contra si sigues tu camino! Nunca hallarás la salvación. ¿Por qué crees que aún no te has convertido? Nuestro texto le dice por qué: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

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II. Segundo, los que conocen poco, pero están insatisfechos consigo mismos, pueden encontrar la salvación.

Había gente así en la época de Jesús. No sabían mucho, pero no estaban satisfechos con lo que eran. Sabían que eran pecadores y no tenían salvación. Lo que tenían no era suficiente para ellos.

Jesús habló de dos hombres en el templo. El fariseo seguro de sí mismo no fue salvó. El otro hombre era un recaudador de impuestos. Tomó el dinero de la gente para pagar impuestos a roma y guardó un poco para sí mismo. Era un pecador. Sabía que no pertenecía en el templo. No sabía qué decir. Ni siquiera se atrevió a levantar los ojos a Dios. Todo lo que dijo fue: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Jesús dijo: “éste descendió a su casa justificado” (Lucas 18:14). Dios estaba por él, no contra él. Dios le dio gracia. Encontró la salvación. Este hombre ilustró nuestro texto:

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Ahora piense en el ladrón en la cruz, el que se salvó. No era sólo un ladrón insignificante, como un ratero que toma algo de una tienda. Era un bandido implacable. Era un criminal enorme. No fue a la sinagoga. Él sabía muy poco de la Biblia. No estaba bien entrenado como tú. Cuando fue clavado en su cruz no tenía ni idea de confiar en Jesús. Pero él sabía que era un pecador. Él dijo: “recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lucas 23:41). No tenía ni idea de cómo ser salvo. Él sólo le dijo a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:42). Y Jesús le dijo: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Dios estaba por él. Dios le dio gracia. Jesús lo perdonó entonces y allí. Encontró la salvación. Una vez más:

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Luego estaba el carcelero filipense. Custodiaba a Pablo y a Silas cuando estaban en prisión. No era judío. No conocía la Biblia. No tenía ni idea de confiar en Jesús. Pero llegó un terremoto, por un milagro. Las cadenas fueron rotas. Las puertas fueron abiertas. El carcelero sería castigado con la muerte si los prisioneros escaparan. Estaba a punto de suicidarse. ¡Pero los prisioneros no se marcharon! El hombre estaba sorprendido y asustado. No sabía qué pensar. Pero él sabía que algo había sucedido que estaba más allá de él. Estos hombres, Pablo y Silas, tenían algo que él no tenía. El carcelero no estaba bien enseñado como tú. No sabía qué decir. Sólo dijo, “señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). Ellos dijeron: “cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Aun así, él todavía sabía muy poco. Tenían que hablarle “la palabra del Señor” (Hechos 16:32). Pero Dios estaba por él. Dios le dio gracia. Encontró la salvación. ¡Y ese hombre ahora está en el cielo ahora!

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Aquí hay otro hombre del que quizás no conozcas. Hablo del rey Manasés. Era el hijo del justo rey Ezequías. Hoy lo llamarían “niño de la iglesia”. Él fue criado en Jerusalén por un padre convertido que le enseñó acerca del verdadero Dios. Tenía los mejores maestros de la tierra. Cuando su padre murió, Manasés se volvió rey. Y él “hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (II crónicas 33:2). Cometió un pecado horrible. El mando que el profeta Isaías fuera cortado por la mitad con una sierra. Él servia dioses falsos. Como juicio, fue derrotado por un rey pagano y llevado a Babilonia. Ahí:

“oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios” (II crónicas 33:12, 13).

¡El malvado rey Manasés fue salvado! Spurgeon, el príncipe de predicadores, dijo:

Manasés estaba rojo sangre con el asesinato de los profetas de Dios. Se dice que cortó al profeta Isaías en dos con una sierra; y, sin embargo, cuando salió de la mazmorra baja clamó por misericordia, no fue expulsado. (C. H. Spurgeon, “The Certainty and Freeness of Divine Grace,” [La certeza y la liberalidad de la gracia divina]. The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, 1991 reprint, volume X, pp. 639-640).

¡Dios le dio gracia! ¡Encontró la salvación! Manasés ilustra nuestro texto:

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Pronto le contaré sobre una persona más. Pero primero debo advertirle de la perversidad de tu corazón. La Biblia dice, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). ¡Y puedes engañarte por ser humilde! ¡Puedes estudiar cuán humilde eres! Puedes medirlo en tu mente. Se puede decir, “yo sé de ser humilde”. “Soy humilde”. “Me gustaría ser más humilde”. “Creo que estoy cerca de ser lo suficientemente humilde”. ¡Pero no eres humilde en absoluto! ¡Eso es estar soberbio de lo humilde que eres! Humildad, ser humilde, no es algo que puedas estudiar en ti mismo. La persona que hace eso no es humilde en absoluto, porque se estudia a sí mismo y juzga cuán bueno y humilde es. La persona humilde simplemente es humilde. ¡Él siente su pecado, no lo bueno y humilde que es!

Ahora le contaré sobre un hombre. Creció en un hogar cristiano. Fue a la iglesia regularmente. Cuando se hizo mayor, rechazó la religión de su juventud. Se volvió en el líder de un grupo de ateos. Pero un día se enfermó mucho. Pensó en Jesús. Él no merecía ser salvo. No tenía “derecho” a reclamar la salvación. Sabía que era tan oscuro como la noche, tan duro como el acero. Él escribió:

Mi negra alma, mi acero corazón
No puedo ver, ni sentir;
Por luz, vivir, debo apelar,
en simple fe en Jesús.
(“In Jesús”, por James Procter, 1913).

¿Por qué escribió eso? ¡Porque así es como era! Todo lo que podía decir era que su alma era de noche, su corazón era de acero, no podía ver, no podía sentir. Estaba muerto para Dios. ¡Todo lo que podía hacer era apelar a Jesús! No podía tener los pensamientos y sentimientos correctos. Su corazón y su mente estaban arruinados. Era como tú. Todo lo que podía hacer era apelar a Jesús. ¡Y James Procter fue salvo! ¡Dios le dio gracia!

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Esta gente no merecía ser salvo. ¡Fueron descalificados! Eran pecadores. Sus corazones eran duros. Sus mentes no estaban bien. Sus sentimientos no estaban bien. Pero “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (I Timoteo 1:15) ¡incluso el peor de ellos! Jesús los salvó en su estado confuso, dudoso e imperfecto. Y Él hará lo mismo por ti.

“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Si deseas hablar con nosotros después de este sermón, por favor venga y siéntese en las dos primeras filas. Amén.