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LA HERIDA SANADORA DE JESÚS

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 12 de Octubre, 2014

“Por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).


El Apóstol Pedro está citando de Isaías 53:5 en nuestro texto. Algunas personas dicen que esto se refiere principalmente al sanar de lo físico. Dicen que Dios no quiere que Su pueblo padezca enfermedades. Yo creo que eso es un error. El versículo 21 dice que Jesús “padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (I Pedro 2:21). Así, igual que Jesús, un Cristiano tendrá que pasar por algunos sufrimientos en este mundo – incluyendo enfermedades, igual que el Apóstol Pablo (vea II Corintios 12:9-10).

No, este texto no trata con el sanar físico de por sí. El texto nos dice de Jesús:

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).

“Pecados” es mencionado dos veces, y el sanar físico no se menciona para nada. I Pedro 2:24 habla de Jesús sanando nuestros pecados. El Dr. J. Vernon McGee dijo: “Pedro deja bien claro que somos sanados de nuestros delitos y pecados” (traducción de Thru the Bible, volume III, p. 314; nota sobre Isaías 53:5).

Por las heridas y llagas de Jesús, los Cristianos verdaderos han sido sanados del pecado. Yo sé que el mundo perdido trata el ser sanado del pecado como una cosa pequeña. Alguno podría decir: “¿Quieres decir que Jesús solo sana el pecado? ¿No puede sanar mi cuerpo?” ¡Claro que sí puede, pero sanar el pecado es mucho más importante, infinitamente más importante, eternamente más importante! Yo sé que el mundo perdido no puede ver eso. Pero un día lo harán, cuando se hallen en el Lago de Fuego. ¡Pero el Cristiano verdadero, o el pecador despertado, necesita saber esta verdad ahora!

“Por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).

Aquí se halla cura para un alma enferma. Y esta cura nos viene por medio de los sufrimientos del Señor Jesucristo. ¡Que el Espíritu Santo te ilumine para que veas que tu alma enferma de pecado puede ser sanada por las heridas de Jesucristo!

“Por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).

I. Primero, nota la enfermedad misma.

Dios trata al pecado como una enfermedad. Y lo hace por lástima. ¡Si Dios juzgara a los perdidos ahora, se hundirían en el Infierno de inmediato! Los pecadores son criminales, pero Dios no trata a los pecadores como criminales ahora. Él ahora los trata como personas enfermas en esta vida. Él mira a la enfermedad del pecado. Él todavía no juzga a la gente por la maldad de su pecado.

Podría nombrar muchas enfermedades, como el virus de Ebola, que mata a humanos. Pero la peor enfermedad es el pecado. El pecado mata a más gente que todas las demás enfermedades juntas. Por eso el Apóstol dice que estábamos “muertos en pecados” (Efesios 2:5). El hombre está estropeado, magullado, enfermo, paralizado, contaminado, podrido con la enfermedad del pecado, en varios grados, conforme el pecado hace su obra maligna.

Como todas las enfermedades, el pecado debilita al hombre. Lo debilita moralmente. Gradualmente lo hace más y más débil. Finalmente el pecado le roba la habilidad de ver la diferencia entre lo bueno y lo malo. El pecado arruina la conciencia. Al principio la conciencia le molesta al cometer algún pecado. Pero con el tiempo se endurece, ya no le molesta pecar. Se vuelve como drogadicto. Al principio, solo un poquito de la droga le hace sentir su efecto. Pronto dosis más grandes se necesitaban. Finalmente puede tomar suficiente de la droga para matar a diez hombres sin que le afecte. Uno de los peores efectos de la enfermedad del pecado es que paraliza la conciencia. Ahora él puede cometer grandes pecados sin que le moleste para nada.

Igual que cualquier otra enfermedad, el pecado finalmente causa dolor. Recuerdo a un joven rodando en el piso con gran dolor porque se había vuelto adicto a la heroína. ¡Gracias a Dios que fue despertado a tiempo, y fue sanado de su pecado por Jesús! Pero otros no son despertados sino hasta que ya es demasiado tarde – como el rico, que murió y despertó hasta que “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Hechos 16:23).

Aquellos que tienen el virus de Ebola tienen que ser separados del contacto con otra gente. Tienen que ponerse en cuarentena, apartados de los demás. Dios tiene que poner al hombre enfermo del pecado en el Infierno. Si lo dejaran entrar al Cielo, lo contaminaría con su enfermedad. ¡Si a todos los pecadores en el mundo se les dejara entrar en el Cielo sería igual que el mundo – lleno de violaciones, asesinatos y crimen! ¡Escúchame! ¿Tendrá Dios que ponerte en cuarentena en ese terrible lugar porque rehusaste ser limpiado de la enfermedad del pecad

o?

El pecado es también una enfermedad que te hiere ahora. Te detiene de disfrutar una vida elevada. La gente existe en el pecado pero no gozan la vida que podrían tener. La Biblia dice que están muertos mientras viven. El pecado te detiene de la vista, el oído, el sentir, y el sabor espiritual. El pecado te mantiene en una condición arruinada. ¡Te detiene de vivir una vida

abundante!

Y el pecado es siempre fatal. La Biblia dice: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4, 20). ¿Has leído “Dr. Jekyll y Sr. Hyde” de Robert Louis Stevenson? En la historia, el Dr. Jekyll inventó una droga que lo transformó en un monstruo brutal llamado “Sr. Hyde”. Poco a poco tuvo que tomar más y más del antídoto para no convertirse en el monstruo. Por fin el antídoto ya no funcionó. Él se convirtió en el monstruo y fue asesinado por la policía. ¡Qué retrato Robert Louis Stevenson escribió de su propia vida! Su abuelo era un ministro y sus padres eran Cristianos piadosos. Stevenson se escapó de su casa y se unió a un club. Su lema era: “desestimar todo lo que tus padres te enseñaron”. Se hundió en la borrachera, y pasó su tiempo con prostitutas. Enloqueció tanto con el pecado que él maldijo a los padres que lo amaban. Él dijo: “Qué agradable es haber arruinado la felicidad de las dos únicas personas en el mundo que se preocuparon por mí”. ¡Él se volvió loco! Él se había convertido en un monstruo, como el señor Hyde en su novela. Atormentado por la tuberculosis, vagó por todo el mundo. Él murió, un ateo sin esperanza, de una hemorragia cerebral, a la edad de cuarenta y cuatro años. ¡El pecado era la enfermedad que lo arruinó, lo mató, y lo envió a una eternidad sin Dios, sin esperanza! ¡Eso le puede suceder a cualquier persona que sigue viviendo en el pecado!

Alguien puede decir: “¿Por qué predicas estas cosas? ¡Llenas mi mente de pensamientos horribles!” Yo describo el pecado por una razón. Quiero que puedas apreciar el maravilloso remedio para el pecado, tan bellamente dado en nuestro texto. Habla de Jesús,

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero [la cruz], para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).

¡Tú también puedes ser sanado del pecado por la herida de Jesús!

II. Segundo, nota la cura para la enfermedad.

Dios trata el pecado como una enfermedad. En nuestro texto Dios da la cura que ha provisto en Su Hijo, Jesús – “por su llaga [somos] curados” (Vea Isaías 53:3).

Para por unos minutos y piensa sobre las heridas de Jesús. Dios escogió sanarnos del pecado por Sus heridas. El envió a Su Hijo unigénito, “Dios de Dios”, bajó del Cielo a morar entre nosotros. Después de cumplir treinta años, llegó la hora cuando tuvo que llevar nuestros pecados, para que pudieran ser curados. Él fue al Huerto de Getsemaní de noche. Allí fue puesto nuestro pecado sobre Él, y Él sudó...como grandes gotas de sangre” (Lucas 22:44). Lo llevaron al gobernador, Poncio Pilato, donde azotaron su espalda casi hasta matarlo – en nuestro lugar. La palabra “herida” se usa para mostrar el sufrimiento que Él padeció, ambos en Su cuerpo y Su alma. Jesús entero fue hecho un sacrificio por nosotros. Pilato lo azotó. Los soldados escupieron en Su rostro. El azote es una de las mayores torturas que jamás se hayan inventado. El azote Romano era hecho de tendones de buey, hechos nudos. Y en esos nudos se entretejieron agudos pedazos de hueso. Cada vez que el látigo pegaba en Su espalda cortaba heridas profundas en Su carne – hasta que estuvo de pie en un lago de Su propia Sangre. Pero este no era el fin de Su sufrimiento. Solo era el principio. Le golpearon y arrancaron partes de Su barba. Entonces le hicieron cargar Su propia Cruz hasta el lugar de la ejecución. Por ayunar y sangrar, Jesús estaba tan cansado. El cayó vez tras vez bajo el peso de Su Cruz. Al final un hombre negro en la multitud fue forzado a cargar Su Cruz. Esto hicieron los soldados, no por amabilidad, sino por temor de que moriría antes de poder clavarlo a la Cruz. Le quitaron la ropa. Lo lanzaron sobre la Cruz. Clavaron sus manos y Sus pies a la madera. Alzaron la Cruz, con Jesús en ella, y luego la metieron en un hoyo en el suelo. Todas sus coyunturas fueron dislocadas – brazos y piernas dislocadas. Él colgó allí bajo el sol ardiente. ¡Qué terrible habrá sido sentir los clavos romper los nervios delicados de Sus manos y pies! Él clamó: “¡Tengo sed!” Le dieron vinagre con hiel. El sol fue quitado en medio del día. Jesús clamó: “Consumado es” y murió.

Este sermón fue adaptado de uno de C. H. Spurgeon, el Príncipe de los Predicadores. Ningún idioma puede describir completamente el sufrimiento de Jesús. La cura para tu pecado y el mío se halla en los sufrimientos de sustitución de el Hijo de Dios. Aquellas “heridas” de Él fueron el sustituto para nuestro pecado – un pago por nuestras iniquidades. Él sufrió todo aquel horror para pagar por nuestro pecado. La Biblia dice: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (I Pedro 3:18). Él era el justo. Nosotros somos los pecadores e injustos. Jesús sufrió “por pecados, el justo [Él] por los injustos [nosotros los pecadores] para llevarnos a Dios”. La cura para tu pecado está en los sufrimientos de sustitución y muerte de Jesús.

“Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Para ser salvo de tu pecado debes depender en las heridas de Jesús y nada más. Isaías 53 no dice: “Su llaga ayuda a curarnos”. ¡No! Dice: “por su llaga fuimos [somos] nosotros curados”. ¿Debemos arrepentirnos? Sí. Pero las heridas de Jesús nos curan, no nuestro arrepentimiento. Confía en Jesús, no en ti mismo. Piensa solo en el dolor que Jesús pasó para salvarte. No pienses en tus propios sentimientos. Piensa solo en Sus sentimientos – el dolor que Él sintió en la Cruz para salvarte. ¡Si dejas de pensar en tus sentimientos, y piensas solamente sobre Sus sentimientos de dolor por ti, serás salvo en un momento! Joseph Hart (1712-1768) vivió una vida de pecado y rebelión contra sus padres piadosos. Pero su historia no terminó como la de Robert Louis Stevenson. Él finalmente despertó y confió en Jesús. Él escribió docenas de himnos sobre la salvación a través de Jesús. En uno de esos himnos él dijo:

El momento que un pecador cree,
   Y confía en su Dios crucificado,
Su perdón al instante recibe,
   La redención completa por Su Sangre.

“Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Solo confía en Él. Solo confía en Él. Solo confía en Él ahora. Él te salvará. Él te salvará. ¡Él te salvará ahora! Evangeline Booth, una de las fundadoras del Ejército de Salvación, lo dijo bellamente en ese himno que acaba de cantar el Sr. Griffith:

Tinieblas venían, mi alma temía,
   En mi corazón moraba el pecar;
Y cuando el pasado fui recordando,
   Oí de la sangre que lava el pecar.
De Jesús las heridas, Pecador, son para ti;
   De Jesús la heridas, Refúgiate allí.

Alienta y consuela en las penas,
   Venda las heridas que hizo el pecar;
La noche vuelve en día, e ilumina
   El espíritu con gozo en la oscuridad.
De Jesús las heridas, Pecador, son para ti;
   De Jesús la heridas, Refúgiate allí.

Ven, tus penas deja, No esperes a mañana.
   La vida se acaba, la muerte vendrá;
Por ti Su Sangre fluye, Su gracia redime,
   Su amor a tu alma sí perdonará.
De Jesús las heridas, Pecador, son para ti;
   De Jesús la heridas, Refúgiate allí.
(traducción libre de “The Wounds of Christ Are Open”
   por Evangeline Booth, 1865-1950).

Dr. Chan, por favor guíenos en oración. Amén.

(FIN DEL SERMÓN)
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La Escritura Leída por Sr. Abel Prudhomme Antes del Sermón: Isaías 53:3-5.
El Solo Cantado por el Sr. Benjamín Kincaid Griffith Antes del Sermón:
“The Wounds of Christ Are Open” (por Evangeline Booth, 1865-1950).


EL BOSQUEJO DE

LA HERIDA SANADORA DE JESÚS

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

“Por cuya herida fuisteis sanados” (I Pedro 2:24).

(cf. Isaías 53:5; I Pedro 2:21; cf. II Corintios 12:9-10)

I.   Primero, nota la enfermedad misma, Efesios 2:5; Lucas 16:23;
Ezequiel 18:4, 20.

II.  Segundo, nota la cura para la enfermedad, Isaías 53:5; Lucas 22:44;
I Pedro 3:18.