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UNA MADRE QUE ORA

(ADAPTADO DE UN SERMÓN POR JOHN LINTON [1888-1965]
EN GRAN PREDICACIÓN SOBRE LAS MADRES,
PUBLICACIONES LA ESPADA DEL SEÑOR, 1988)

Dado por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Tarde del Día del Señor, 8 de Mayo, 2011

“Ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida” (I Samuel 1:10-11).


Ana, la madre de Samuel, es un gran ejemplo de una madre que ora. El nacimiento de su hijo fue una respuesta de oración; su dedicación a la obra del Señor fue el resultado de un pacto hecho con Dios en oración: sin duda la extraordinaria vida de Samuel fue respuesta a la oración incesante de su madre piadosa.

Podría darte una lista de los grandes hombres cuyas madres han sido guerreras de la oración, porque la historia de grandes hombres es simplemente una lista de las madres que oran, y hay muy poca excepción a esta regla

.

El mayor ejemplo de convicción moral de un hombre de herencia Americana fue nuestro más conocido presidente, “El Honesto Abe”. La madre de Abraham Lincoln (1809-1865), fue una Cristiana piadosa que, cada Domingo, sentaba a Abe sobre sus piernas y le leía la Palabra de Dios. Su concentración especial para su hijo era el conocimiento de los Diez Mandamientos.

Esta piadosa madre dijo una vez: “Si Abe solo puede tener una cosa, prefiero que sea capaz de leer la Biblia que ser dueño de una granja”.

Nancy Lincoln murió en 1818, cuando Abe tenía sólo nueve años de edad, pero la ley de Dios había sido inscrita en su corazón. Sus últimas palabras fueron:

      Abe, te voy a dejar ahora, y no volveré. Quiero que seas amable con tu padre y vivas como yo te he enseñado. Ama a tu Padre celestial y guarda Sus mandamietnos.

Cuando se le preguntó más tarde en la vida de por qué era tan honesto, él dijo que aún podía escuchar claramente los tonos de la voz de su madre cuando ella le habló de Éxodo 20 y leyó sobre Jehová quien dio Sus mandamientos. Lincoln dijo: “Todo lo que soy o espero ser, se lo debo a mi madre angelical”.

“¡No insistas, madre!” Si Roberto Moffat (1795-1883) no lo dijo, al menos lo estaba pensando cuando su madre le ofreció algunos consejos cuando su hijo se preparaba para irse de la casa. Firmemente quiso lograr que le prometiera que iba a leer su Biblia y orar dos veces al día.

Roberto intentó hacer caso omiso de sus súplicas, pero en el momento de la despedida su madre una vez más imploró: “Hijo, por favor prométeme que leerás la Biblia”.

El joven reconoció que no podía negarse. “Sí, madre”, respondió, “lo prometo”.

Más tarde explicó a conocidos que le preguntaban acerca de su práctica: “Mi promesa una vez hecha, se debe mantener”.

Ves, si la madre no hubiera “insistido”, ¡Sudáfrica no hubiera tenido su misionero pionero!

C. H. Spurgeon (1834-1892) le dio este tributo a su querida madre:

      No puedo decir lo mucho que debo a las solemnes palabras y oraciones de mi madre Cristiana. Era costumbre cuando éramos niños sentarnos alrededor de la mesa y leer la Escritura versículo a versículo mientras nuestra madre nos la explicaba. Después de eso, llegaba el momento de invocar a Dios.
      Nunca olvidaremos algunas de las palabras de las oraciones de nuestra madre, incluso cuando tengamos canas. Recuerdo que ella una vez oró así: “Ahora, Señor, si mis hijos continúan en el pecado, no será por ignorancia que perezcan, y mi alma será testigo contra ellos en el día del juicio si ellos no se aferran de Jesucristo”.

Hay una intensidad del deseo, y la perseverancia de la fe en las oraciones de una madre que asegura una respuesta de Dios. Puedes ver esta intensidad de fe y deseo en la oración de Ana, y Dios la respondió. Lo puedes ver en la oración de Catherine Booth cuando dijo: “O Dios, yo no estaré delante de ti sin mis hijos”, y Dios le dio todos sus hijos. Lo ves en la oración de la madre de John MacNeill, el predicador Escocés. Cuando tenía veintiún años, llegó a casa de una reunión a las doce de una noche. Él acababa de darle su corazón a Cristo. Su madre estaba dormida pero él la despertó para darle la buena noticia. Le dijo que fue convertido y que iba a ser un predicador del Evangelio. Él preguntó: “¿Te da gusto, madre?” Y acercado la cara de él hacia la de ella respondió: “Oré por eso antes que nacieras”.

Una hermosa historia se cuenta de Christian Schwartz que muestra lo que las oraciones de una madre pueden lograr. Su madre, muriendo en el momento de nacer su bebé, vivió lo suficiente para pedirle a su marido la promesa de que cuando Dios llamara a la criatura a ser misionero, él no se interpondría en el camino. Ella no podía dar la tutela a la vida de su hijo, solo la tutela de la oración.

¿Te sorprende saber que en una época donde la obra de misiones era casi desconocida, ese bebé, ahora convertido en adulto, regresó de la universidad y le dijo a su padre que Dios lo había llamado a ser misionero? Después de tres días de conflicto en el alma, el padre, recordando la promesa a su esposa moribunda, le dio su bendición, y le dijo ve con Dios cuando salió a la India, un pionero de las misiones, una generación antes de William Carey.

Mis amigos, ya que hay tanto ímpetu en la oración para solucionar los problemas de la maternidad, y para cambiar las vidas de los hombres, ¿qué se dirá de las madres que profesan se Cristianas que no saben cómo orar eficazmente, y que no quieren aprender? Cuando oran lo hacen de una forma muy débil. No saben cómo prevalecer con Dios. Nadie habla de ellas como mujeres de mente espiritual. Su interés se centra más en las necesidades materiales de sus hijos que en sus necesidades espirituales más importantes.

¿Cuántas de nuestras madres leyendo este mensaje han [orado sin cesar] por la salvación de sus hijos?

La influencia de la maternidad no es sólo una oportunidad, sino también una terrible responsabilidad. Es una cosa terrible ser una madre que no ora.

Cómo necesitamos que madres Cristianas oren a diario que sus hijos, criados en la iglesia, tengan una profunda convicción de pecado. Muy pocos niños criados en la iglesia tendrán una verdadera experiencia de conversión a menos que Dios les haga sentir “mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3). Es sólo cuando Dios les hace sentir dolor interior por sus pecados que ellos sienten la necesidad de que Jesús les perdone y los limpie con Su preciosa Sangre. ¡Madre, ora todos los días para que Dios traiga a tus hijos bajo la convicción del pecado!

(FIN DEL SERMÓN)
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Oración Antes del Sermón por el Dr. Kreighton L. Chan.
El Solo Cantado Antes del Sermón por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith:
“Tell Mother I’ll Be There” (por Charles M. Fillmore, 1860-1952).