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LLORANDO Y PREDICANDO

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Tarde del Dia del Señor, Agosto 16, 2009

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).


Yo he dicho frecuentemente que emoción y lágrimas han acompañado cada avivamiento en la larga historia de la Cristiandad. Yo he dicho frecuentemente que debemos ver a los pecadores ser traídos al punto de las lágrimas si vamos a ver verdaderas conversiones entre nosotros. Y te he dicho que no puede haber avivamiento verdadero sin lágrimas. El Domingo pasado yo di esto como uno de los grandes contrastes del notable avivamiento que está sucediendo en China hoy en día. Habiendo sido un testigo ocular de dos muy inusuales, avivamientos enviados por Dios, te puedo decir con completa convicción que no puede haber avivamiento verdadero, y muy pocas conversiones individuales, a menos que personas sean traídas a las lágrimas por su condición pecaminosa.

Esto es lo que sucedió en el primer gran avivamiento en el Día de Pentecostés. “Se compungieron de corazón” (Hechos 2:37). Esto significa indudablemente que ellos fueron movidos de tal manera por la predicación que ellos lloraron y clamaron: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). ¡Cante, “Dios, Manda el Poder Antiguo!”

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!
(Traducción de “Pentecostal Power” by Charles H. Gabriel, 1856-1932).

Durante la predicación de Felipe en Samaria, no mucho después del avivamiento en Pentecostés, se nos dice

“...de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces” (Hechos 8:7).

Sí, había llanto y aún gritos después de la predicación de Felipe en ese poderoso avivamiento en Samaria. ¡Cante ese coro otra vez!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

Cuando Pablo cantó y oró, y un terremoto abrió las puertas de la prisión donde él y Silas eran prisioneros, el carcelero

“se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas” (Hechos 16:29).

Su temblor y el postrarse fueron indudablemente acompañados por mucha emoción, y muchas lágrimas. ¡Cantelo de nuevo!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

Pero debemos tener cuidado de notar que en ninguno de estos casos se nos dice que los mismos predicadores tenían lágrimas cuando ellos predicaban. Sí, yo sé que Pablo les dijo a los Cristianos de Efeso:

“De noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:31).

Se nos dice que él hizo esto en Efeso. Pero no se nos dice que haya hecho esto cada vez que predicó.

No se nos dice que Pedro predicó con lágrimas en Pentecostés. No se nos dice que Felipe predicó con lágrimas en Samaria, o que Pablo le predicó con lágrimas al carcelero Filipense. Se nos dice que estos predicadores eran muy serios – pero no se nos dice que ellos tenían lágrimas cada vez que predicaban.

Uno de nuestros jóvenes me dijo el otro día: “¿Qué puedes hacer para que las personas tengan lágrimas por sus pecados?” Esa es una buena pregunta, y trataré de responderla lo mejor que pueda en este sermón.

I. Primero, el predicador nunca debe llorar y clamar en el pulpito a menos que sea movido por Dios a hacerlo.

Yo escogí estas palabras muy cuidadosamente. Un predicador no debe llorar y clamar en el pulpito a menos que Dios Mismo lo mueva a hacerlo. George Whitefield fue frecuentemente movido a las lágrimas cuando él predicó. Pero él predicó con lágrimas solamente porque fue movido por Dios a hacerlo. Hablando de aquellos que trataron de copiarle a Whitefield, y lloraron cada vez que predicaron, el Dr. Martyn Lloyd-Jones dijo: “Por supuesto, un hombre que trata de producir un efecto [por llorar en el pulpito] se hace un actor, y es un impostor abominable” (Traducción de Martyn Lloyd-Jones, M.D., Preaching and Preachers, Zondervan Publishing House, 1971, p. 93). El Dr. Lloyd-Jones experimentó gran avivamiento al principio de su predicación, pero raramente lloraba en el pulpito. Él predicó con gran seriedad, pero él evitó cualquier cosa que pareciera actuación.

Yo he pensado en esa frase del Dr. Lloyd-Jones muchas veces a través de los años. Ves, yo fui actor por varios años cuando era adolescente, antes que fui llamado a predicar. Yo sé muy bien, por la experiencia que tuve como actor hace muchos años atrás, como producir lágrimas. Pero siempre me ha parecido irreal y falso si trato de hacerlo cuando predico el Evangelio. Algunas veces lloro cuando predico, aunque es raramente. Nunca lo hago para “producir un efecto”, porque creo que Dr. Lloyd-Jones estaba correcto cuando dijo que hace al predicador “un abominable impostor” – ¡solamente un actor! Sobre todo, no debo tomar el recurso de “actuar” en el pulpito. Así que yo solo lloro ocasionalmente, cuando Dios Mismo me mueve a hacerlo. Yo creo firmemente que un predicador nunca debe llorar o clamar en el pulpito a menos que Dios lo mueva a hacerlo.

Yo recuerdo un famoso predicador en televisión que tenía lágrimas sobre su rostro prácticamente en cada sermón. Él usaba su llanto para provocar a su congregación, para que ellos también clamaran y lloraran. Pero eso no les hizo mucho bien. Ese predicador nada más resultó ser un actor, y su ministerio no llegó a nada al final. Jesús advirtió no ser:

“como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan” (Mateo 6:16).

Cristo dijo que esto era verdadera hipocresía. ¡Ningún pastor que desea ser una bendición debe “demudar” su rostro y llorar como un actor! ¡No, llanto en el pulpito debe venir de Dios – o, si no, el predicador debe abstenerse completamente!

¿Cómo, entonces un predicador puede mover a la gente en su congregación a las lágrimas? ¡Esa fue una buena pregunta la que me hizo el joven! Trataré de responderla de la historia y de la misma Biblia.

II. Segundo, el predicador tiene que estar muy serio en el pulpito si espera que pecadores sean movidos con convicción del Espíritu Santo que lleva a la conversión.

George Whitefield casi siempre predicaba con lágrimas en los ojos. Él era muy sincero, y sus lágrimas sin duda venían de Dios. Pero había menos lágrimas y menos emociones en aquellos que lo oían a él que las que habían cuando John Wesley predicaba – y Wesley, según recuerdo, muy pocas veces derramaba lágrimas al predicar. Sin embargo Wesley ha sido muy criticado por los grandes estallidos de llanto y clamores, y hasta gritos, durante sus sermones. Esto sucedía repetidamente cuando Wesley predicaba sin lágrima alguna en sus ojos, pero esto pasaba menos durante la predicación de Whitefield derramando lágrimas por su rostro en cada sermón. Este es un hecho claro que cualquiera puede descubrir al leer la historia de la predicación de esos dos grandes hombres. Mi conclusión es esta – llorar en el pulpito no necesariamente produce llanto entre la gente que oye al predicador. Yo no estoy criticando a Whitefield en lo más mínimo. Muchas veces lo he llamado “el predicador más grande de todos los tiempos” – con la excepción del Apóstol Pablo. Simplemente estoy señalando que conforme al registro de la historia que Wesley en comparación siendo serio y sin emociones, sin lágrimas en su predicación produjo mucho más llanto y emoción entre sus congregaciones. ¿Cómo pudo ser eso? Frecuentemente es explicado en términos de Psicología. Pero yo creo que la respuesta se halla en otra parte.

John Wesley animaba a la gente a llorar. Whitefield los desanimaba. Aunque considero a Whitefield el predicador más grande de todos los tiempos en el mundo de habla Inglesa, creo que erraba en este punto. Su patrón, la Condesa de Huntington, una vez le dijo a Whitefield: “Deja que griten. Les hará mucho más bien que tu predicación”.

Aunque Jonathan Edwards jamás lloraba en el pulpito, sus congregaciones a menudo lo hicieron. Durante el avivamiento a menudo eran reducidos a las lágrimas. Estas manifestaciones ocurrían mientras Edwards leía sus sermones de manuscritos completos en una voz sin emoción, pareciéndose más al estilo de Wesley que a la predicación más emocional de Whitefield.

El evangelista principal del Segundo Gran Despertamiento fue el Dr. Asahel Nettleton. El Dr. Nettleton no lloraba en el pulpito. Su predicación era solemne, en vez de emocional. Pero al punto más alto de varios de los avivamientos que condujo aquellos que estaban perdidos eran reducidos a las lágrimas y aún postraciones físicas, cayendo al suelo bajo gran convicción de pecado. ¡Cante ese coro otra vez!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

Mi conclusión es esta – las conversiones y los avivamientos no dependen de las lágrimas del predicador en el pulpito. En vez, las emociones que experimentan los pecadores dependen de la sinceridad y la seriedad del predicador, atendidas por la obra del Espíritu Santo en los corazones de aquellos en la congregación que están perdidos. ¿Cómo puede el predicador conmover a la gente a las lágrimas? La respuesta es que no puede. Él solamente puede entregar su sermón con ánimo sincero y serio. Lo que la gente sienta tocante a la convicción de pecado está más allá de la habilidad del predicador. Solamente el Espíritu Santo puede traer verdadera convicción de pecado.

“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).

¡Cantelo de nuevo!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

¿Cómo son los perdidos movidos emocionalmente? ¿Cómo llegan bajo la verdadera convicción de pecado? El predicador tiene que ser sincero, no un actor. El predicador tiene que ser solemne y serio. El predicador tiene que ser capturado por la verdad que predica. El predicador tiene que “alzar su voz”, como lo hizo Pedro en el día de Pentecostés (Hechos 2:14). El predicador tiene que predicar ambos la ley y el Evangelio. Él tiene que decirle a la gente que son “pecadores en las manos de un Dios airado”, como lo hizo Jonathan Edwards. Él tiene que decirles “huid a Cristo”, como lo hizo Jonathan Edwards. Él tiene que decirles que nada los puede salvar de la ira de Dios sino solo la Sangre limpiadora del que fue una vez crucificado, ahora ascendido, Cristo. Él tiene que predicar, como lo hizo Juan Bautista:

“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

¡Cante el coro otra vez!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

III. Tercero, el predicador y los salvos en su congregación, tienen que tener verdadero compasion y amor por los perdidos.

Sí, la Biblia nos dice que lloremos. Sí, dice:

“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán”
       (Salmo 126:5).

Sí, el Dr. John R. Rice dijo correctamente:

El precio del avivamiento, el costo de ganar almas,
   Las horas largas de oración, el peso, las lagrimas...
(Traducción de “The Price of Revival” por Dr. John R. Rice, 1895-1980).

Pero nota que él dijo: “el peso, las lágrimas”. Él hablaba de un peso interno por los perdidos que solamente el Espíritu Santo puede dar. Él sería el primero en decirnos que no hay poder “mágico” en lágrimas “hechas por el hombre”. El “peso” tiene que venir de Dios. Tiene que ser sincero y verdadero, como lo era con Jesús, quien era:

“varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).

¡Cante el coro otra vez!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

Pero en los cuatro Evangelios se nos dice que Jesús lloró solamente dos veces. Y ninguna de esas veces estaba predicando. Por favor voltea en tu Biblia a Lucas 19:41.

“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella”
       (Lucas 19:41).

Él lloró por la pecaminosidad de la ciudad. Pero no estaba predicando cuando lo hizo. Él lloró sobre la ciudad en oración. Pero poco tiempo después Él les dio un sermón muy fuerte, lleno de juicio. Lee los versos 45 y 46.

“Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Lucas 19:45-46).

Sigamos el ejemplo de Jesús. Lloremos al orar en privado por los perdidos, ¡y luego confrontémoslos con su pecado en la predicación!

La segunda vez que se nos dice que Jesús lloró es en Juan 11:35. Por favor voltea ahí y lee los versos 35 y 36 en voz alta.

“Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba”
       (Juan 11:35-36).

Jesús sabía que resucitaría a Lázaro de los muertos. Pero lloró y hasta “gimió” al ir al sepulcro de Lázaro. Luego Él oró (Juan 11:41-42). Y finalmente Jesús predicó un sermón corto. Se da en Juan 11:43. Por favor lee ese verso en voz alta.

“Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!”
       (Juan 11:43).

Yo creo que ese debe ser nuestro patrón. Debemos llorar y hasta gemir por aquellos que están: “muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1). Debemos orar por la salvación de ellos. Y luego debemos clamar “a gran voz...ven fuera”.

“Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44).

¡Ese es el patrón que Jesús nos dio la segunda vez que se nos dice que Él lloró! Llora y ora por los perdidos, y después predícales “ven a Cristo”. ¡Cante el coro de nuevo!

¡Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda!
   ¡Y sobre nosotros derrama bendicion!
Dios, del poder antiguo de Pentecostes manda,
   ¡El pecador sea salvo y gloria sea a Dios!

No debemos pensar que Jesús lloró solamente en esas dos ocasiones. Ya que Él era “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3) Él tiene que haber llorado en otras ocasiones también. Se nos dice cuatro veces que Él “tuvo compasión” (Mateo 9:36; Mateo 14:14; Marcos 1:41; Marcos 6:34). Pero solamente en el último verso se nos dice que Él “tuvo compasión de ellos...y comenzó a enseñarles muchas cosas”. Sin duda Él “tuvo compasión” cada vez que predicaba, pero no está registrado en los cuatro Evangelios. Y nunca se nos dice que lloró al predicar, solamente que Él lloró antes de dar un sermón (Lucas 19:41; Juan 11:35, 38).

Tomo del ejemplo de Cristo que la mayoría de nuestro llanto y oraciones deben ser en privado, o algunas veces en los servicios antes de la predicación, pero que debemos ser “amigo de publicanos y de pecadores” cuando nos sentamos a comer con ellos y ser amigables con ellos, como lo hizo Cristo (Mateo 11:19).

Entonces, lloremos y oremos por los pecadores cuando estemos a solas en la oración, o en las reuniones de oración, o talvez a veces en los servicios. ¡Prosigamos de nuestras oraciones y llantos a predicarle a los pecadores perdidos, y luego después de los servicios, ser una bendición para los perdidos que vienen a nuestra iglesia! Canta, “Hazme una Vía de Bendición”.

Hazme una vía de bendición hoy,
   Ruego me hagas vía de bendición;
Posee mi vida, bendice mi obra,
   Hazme una vía de bendición hoy.
(Traducción de “Make Me a Channel of Blessing”
     por Harper G. Smyth, 1873-1945).

Oremos por conviccion de pecado (todos oran). Oremos que perdidos vengan a Jesus, y que sean lavados del pecado por Su Sangre (todos oran).

(FIN DEL SERMÓN)
Puedes leer los sermones de Dr. Hymers cada semana en el Internet
en www.realconversion.com. Oprime “Sermones en Español”.

Oración Antes del Sermón por Dr. Kreighton L. Chan.
Solo Cantado Antes del Sermón por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith:
“Old-Time Power” (por Paul Rader, 1878-1938).


EL BOSQUEJO DE

LLORANDO Y PREDICANDO

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).

(Hechos 8:7; 16:29; 20:31)

I.   Primero, el predicador nunca debe llorar y clamar en el
pulpito a menos que sea movido por Dios a hacerlo,
Mateo 6:16.

II.  Segundo, el predicador debe estar muy serio en el pulpito
si espera que los pecadores sean movidos con convicción
del Espíritu Santo que lleva a la conversión, Juan 16:8;
Hechos 2:14; Juan 1:29.

III. Tercero, el predicador y los salvos en su congregación, tienen
que tener verdadero compasion y amor por los perdidos,
Salmo 126:5; Isaías 53:3; Lucas 19:41, Lucas 19:45-46;
Juan 11:35-36, 41-42, 43; Efesios 2:1; Juan 11:44;
Mateo 9:36; 14:14; Marcos 1:41; Marcos 6:34; Mateo 11:19.