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¡UN HOMBRE BUENO PERDIDO Y
UN HOMBRE MALO SALVO!

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Noche del Día del Señor, 5 de Marzo del 2017

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14).


Esta es una parábola, una historia que Jesús dijo para ilustrar una gran verdad. Jesús dijo esta parábola a algunos que se sentían seguros, que confiaban en su propia bondad y miraban a todos los demás por encima del hombro. El Dr. R. A. Torrey fue un gran evangelista. A menudo predicaba sobre estos versículos. Él llamó este sermón, “Un Hombre Bueno Perdido Y Un Hombre Malo Salvo”. El Dr. Torrey dijo, “Algunos de ustedes pueden pensar que lo cambié. Que debe ser ‘Un hombre bueno salvo y un hombre malo perdido’. Pero ustedes están equivocados. El tema es claro: ‘Un hombre bueno perdido y un hombre malo salvo”’. Jesús Mismo nos dio la imagen de un hombre bueno y un hombre malo. Jesús Mismo nos dijo que el hombre bueno estaba perdido y que el hombre malo fue salvo.

Los Fariseos eran hombres buenos. Eran religiosos y vivían vidas limpias. Los publicanos eran recaudadores de impuestos. Recaudaban tanto dinero como podían. Al igual que los de la mafia, obligaban a la gente a darles grandes cantidades de dinero. Ellos les daban una cierta cantidad de dinero a los Romanos, y se quedaban con el resto. El pueblo Judío los odiaba. Eran considerados traidores y muy malos. Los publicanos eran los peores de todos los pecadores, extorsionadores y ladrones. En esta parábola, Jesús estaba realmente dividiendo a toda la raza humana en dos clases de personas – las personas justas que están perdidas, y las que saben que son pecadoras y son salvas. Las perdidas y las salvas. Los condenados y los elegidos. La paja y el trigo. Los que están en el camino ancho al Infierno, y los que están en el camino estrecho a la salvación. Jesús dividió a la raza humana, y a todos aquí esta noche, en esos dos grupos. ¿En qué grupo estás esta noche? Jesús dijo, “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano”. Un hombre bueno y un hombre malo.

I. Primero, el hombre “bueno” que estaba perdido.

“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros – ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Lucas 18:11-12).

A los ojos del mundo, él era realmente un hombre “bueno”. Era un hombre moral, un hombre con un estilo de vida limpio. Era un hombre religioso. Era un hombre generoso. Era un hombre respetable. Era igual que era yo antes de ser salvo. Era como tú eres esta noche. Me puse mi traje y corbata y caminé por la sala de la casa de mi tío. Los demás estaban borrachos, durmiendo en el sofá y en el suelo. Yo tenía unos 17 años. Pensé: “No quiero ser como ellos”. Yo era un muchacho bueno. Yo no tomaba drogas. No me emborrachaba. Y ya había dejado de fumar. Yo era un muchacho bueno. Incluso me había rendido para predicar como ministro Bautista. Yo era muy bueno. ¡Pero todavía estaba perdido! Yo estaba orgulloso de no haber hecho las cosas que otros niños habían hecho. Me enorgullecí de mí mismo. Pensaba que no había nada malo conmigo. Pero de alguna manera todavía no me sentía bien conmigo mismo. Me pregunté: “¿Qué más quiere Dios?” Iba a la iglesia todos los Domingos por la mañana y por la noche. Escuchaba a Billy Graham predicar en la radio todos los Domingos por la tarde. Yo cantaba en el coro juvenil todos los Domingos por la noche. Había dado mi vida a Dios, para ser un predicador. Sin embargo, en el fondo de mi corazón no tenía paz. La Biblia dice: “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:21). “¿Qué más más quería Dios?” ¡Yo era un Fariseo!

Él confiaba en sí mismo. Despreciaba a los demás. No admitía que era un pecador. No reconoció que su corazón estaba lejos de Dios. Él oró “consigo mismo” en lugar de Dios. Se felicitó por su propia justicia. ¡Algunos de ustedes son exactamente iguales esta noche! Algunos de ustedes piensan que son lo suficientemente buenos como son. Te has engañado a ti mismo. Has escuchado a Satanás y has sido engañado por él. Eres honesto y moral. Pero no sientes que tu corazón es profundamente pecaminoso. No admites que “engañoso es [tu] corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). Cuando predico sobre eso, no te gusta. Te hace sentir ansioso e inquieto. No quieres examinar tu corazón. Quieres esconderte de Dios, como Adán. Quieres encubrir tu pecado, como Adán. Culpas a otras personas por tu pecado, como Adán. ¡Y tú eres maldecido por Dios, como Adán! Estás perdido. Perdido en la religión y la moralidad. Perdido en el autoengaño. Perdido en una falsa esperanza. Y si mueres como estás, estarás perdido por toda la eternidad.

Eternidad, eternidad,
¡Perdidos por la eternidad!
   (Traducción libre de “Eternity” por Elisha A. Hoffman, 1839-1929).

“¿Qué más quiere Dios?”, Me preguntaba. ¡Nada de lo que hice parecía suficiente! Me sentía inquieto cada día y cada noche – ¡y también! ¡Nunca serás feliz de esta manera! ¡Nunca tendrás paz de esta manera! “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:21). Eres como el joven rico. Has mantenido la ley de Dios exteriormente, pero has dado poco pensamiento a la pecaminosidad interna de tu corazón. ¡No entiendes el sentido espiritual de la ley de Dios, que condena la menor lujuria de tu corazón! Eres una buena persona en tu propia mente. ¡Pero eres un pecador bueno para nada ante un Dios santo! ¡Si mueres así, irás directamente a las llamas del Infierno eterno!

Eternidad, eternidad,
¡Perdidos por la eternidad!

Antes de seguir adelante, quiero mostrarte una cosa más sobre este hombre. Su oración muestra lo falso que era; era completamente falso. Él no tenía conciencia de Dios en absoluto. Su “oración” era artificial y falsa. Las oraciones de una persona a menudo traicionan el hecho de que nunca han sido convertidos. Las oraciones de un miembro de la iglesia inconverso siempre tienen un sonido falso. Son oraciones mecánicas. Son una pretensión. ¡En realidad no son oraciones! Son sólo palabras vacías que un hombre dice para impresionar a otros – o para engañarse a sí mismo. ¡Lo que este hombre hizo no era realmente orar en absoluto! Él se felicita por su “bondad” – “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres”. ¡Qué locura! ¿No sabe él que Dios ve lo falso que es su corazón? ¿O es que realmente cree en Dios? No en un sentido real. Dios es sólo una idea abstracta, no un Dios personal y real – ¡no el Dios vivo en absoluto! ¿Cómo sé eso? Porque el texto dice que “puesto en pie, oraba consigo mismo” (Lucas 18:11). Incluso podría traducirse “oró a sí mismo” (NVI, nota a). En realidad, este hombre no oraba a Dios en absoluto. Sólo se jactaba de su propia bondad. ¡Él ora a sí mismo, no a Dios! ¿No es ésa la manera que tú oras, si es que oras? ¿No sientes a veces que sólo oras para oírte orar? ¿No es por eso que tienes miedo de orar en voz alta en las reuniones de oración? ¿No es porque sabes que otros pensarán que tus oraciones son falsas? ¿Que sólo oras para jactarte? ¿Y esto no demuestra que eres una persona perdida que realmente no puede orar a Dios? En el versículo 14 Jesús nos dice claramente que este hombre llamado “bueno” no fue “justificado”, ¡no era un hombre salvo!

Eternidad, eternidad,
¡Perdidos por la eternidad!

El hombre era un hipócrita. Pretendía orar a Dios, pero sólo se jactaba. Un día, tu propia “bondad” no te ayudará. Algo terrible te pasará a ti, como a todo el mundo. Pero en ese día de terror y angustia tu hipocresía no te hará ningún bien. La Biblia dice: “Espanto sobrecogió a los hipócritas” (Isaías 33:14). Morirás y estarás delante de Dios, y Él dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí” (Mateo 7:23). Tu falsa religión no te hará ningún bien entonces. Dios arrojará a todos los hipócritas al fuego del Infierno.

II. Segundo, el hombre malo que fue salvo.

“Mas el publicano [recaudador de impuestos], estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).

No había sido un hombre moral. No había visto lo pecaminoso que era. El Espíritu Santo le había demostrado que era realmente un pecador perdido. Él sentía que sólo merecía el castigo de Dios. Se sentía como el Salmista que dijo: “Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3). El Dr. John Gill dijo: “No podía levantar la vista; Estaba lleno de vergüenza; el dolor hizo caer su rostro; el temor de la ira y el desagrado de [Dios], lo poseía; se miró a sí mismo como indigno de [la gracia de Dios], se golpeaba el pecho...hizo esto para despertar y animar...su alma, para invocar a Dios...diciendo: ¡‘Dios, sé propicio a mí, pecador’! Esa es su oración; breve, pero muy completa...en la que confiesa que él era un pecador, un pecador en Adán, que había [heredado] una naturaleza pecaminosa de él, siendo concebido y nacido en el pecado; y un pecador por práctica, habiendo cometido muchas transgresiones; un pecador culpable y sucio, que merece la ira de Dios, y [la parte] más baja del infierno...Dios contra el cual había pecado” (nota sobre Lucas 18:13).

Y sin embargo, una persona puede pasar por tal convicción de pecado y no ser salva. He visto los rostros de personas empapadas en lágrimas de convicción, personas que nunca fueron salvas, incluso después de pasar por un tiempo de llanto y tristeza por su pecado. He visto a la gente pasar por tal dolor y convicción del pecado, pero nunca fueron convertidas. He oído la gente decir: “Me sentí pecaminoso y malo”. Los he oído decir cosas así con lágrimas – ¡pero nunca fueron salvas! ¿Cómo puede ser? Déjame hacerlo lo más claro posible. La convicción del pecado no es la conversión del pecado. Una persona puede venir bajo convicción del pecado y aún no ser salva por Jesús. He visto a personas derrumbarse en lágrimas una y otra vez – y nunca confían en el Señor Jesucristo. El Dr. Martyn Lloyd-Jones lo entendió. Él dijo: “Convertirse en Cristiano es una crisis, un acontecimiento crítico, una gran agitación que el Nuevo Testamento describe en términos como un nuevo nacimiento o una nueva creación...Más que eso, se describe como un acto sobrenatural [hecho] por Dios Mismo, algo que es comparable a un alma muerta que se hace viva...” Es una crisis en la cual Dios hace al pecador odiar su corazón pecaminoso. Es una crisis que Dios hace dentro de una persona. Sólo llega cuando la convicción nos hace anhelar alivio. John Bunyan estuvo bajo convicción de pecado por siete años. Fueron siete años de Infierno en la tierra. Sé por experiencia que la convicción del pecado no es la conversión del pecado.

Cuando ven a una persona con lágrimas en los ojos, los evangélicos modernos rápidamente les aconsejan que vengan a Jesús. Aún no han estado en las profundidades de la agonía. Cuando ves una lágrima e inmediatamente les dices que confíen en Jesús, a menudo no sucede. Aún no han sido quebrantados lo suficiente como para esperar a que Jesús los salve. Es por eso que a menudo dicen: “Y entonces confié en Jesús”. Escribieron una página entera sobre sí mismos. Pero tienen muy poco que decir sobre el Señor Jesucristo. Luego, cuando los cuestionamos unas semanas más tarde, dicen: “Yo creí que Jesús murió en la Cruz para pagar mi pecado”. Ese “que” muestra que sólo confiaron en una doctrina, no en Jesús Mismo. Un pecador perdido nunca confiará en Jesús Mismo hasta que esté muy desanimado, hasta que no tenga otra manera de escapar del dolor y la angustia de la convicción. A veces eso sucede rápidamente. Pero por lo general encontramos que una persona tiene que pasar por una o más conversiones falsas antes de que puedan decir con el Apóstol: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).

Los evangélicos modernos queremos que todo se haga rápido y fácilmente. Como vimos en el avivamiento del año pasado, casi todos salieron diciendo: “Y entonces confié en que Jesús me salvara”. O “entonces creí que Jesús me salvó”. El Señor Jesucristo ha sido casi completamente excluido porque ellos no tuvieron suficientemente convicción de pecado. Cuando te decimos que sólo has creído que Jesús podría salvarte, la mayoría de ustedes regresan al sueño espiritual. Y la mayoría de ustedes ¡nunca son convertidos! Tienes que volver atrás y pasar por todo el proceso de convicción de nuevo. Después de todo, la conversión es lo más importante que sucederá en tu vida. No puedes explicar tu fe en Jesús en una sola oración. O la mitad de una frase, como una joven lo hizo, una joven que ahora se ha vuelto a dormir, y ahora no tiene ninguna convicción del pecado en absoluto. Si no estás bajo convicción de pecado, con lágrimas, ¿por qué vienes al frente? ¿Crees que podemos hacer algo para que pases toda la experiencia en unos minutos? Aunque vengas al altar mil veces no hay nada que podamos hacer por ti. Sólo Dios puede ayudarte – y Dios nunca ayuda a los hipócritas superficiales. ¿Podrías obtener un título de doctor en una universidad sin un estudio profundo y noches sin dormir? ¡Por supuesto que no! Pero la conversión en Jesús es infinitamente más importante que un doctorado. Una verdadera conversión es la experiencia más importante que jamás tendrás en toda tu vida en la tierra. Pongámonos de pie y cantemos el himno número 10 en tu cancionero. Es “Venid, Pecadores” de Joseph Hart (1712-1768).

Ahora, les exhorto a confiar en Jesús esta noche. Si estás bajo convicción, incluso un poco de convicción, ven aquí frente al púlpito y hablaremos contigo acerca de Jesús. Jesús bajó del Cielo a esta tierra. Fue clavado en una cruz y murió allí en tu lugar, para pagar el castigo por tu pecado y rescatarte del juicio y del Infierno. Y Jesús resucitó físicamente de los muertos y ascendió nuevamente al Cielo en otra dimensión. Cuando confías en Él, Él te salvará de tu pecado. Ven ahora mientras nos levantamos y cantamos, “Venid, Pecadores”.

Venid, pecadores viles, Que en quebranto os encontráis;
   Jesús quiere ya salvaros, Compasivo y fuerte es;
Jesús puede, Jesús puede, y Él quiere, ¡no dudéis!
   Jesús puede, Jesús puede, y Él quiere, ¡no dudéis!

Ven cansado y cargado, un caído infiel;
   No esperes mejorarte, O jamás vendrás a Él:
No al justo, no al justo, ¡Al impío llama Él!
   No al justo, no al justo, ¡Al impío llama Él!

Dios en carne ascendido, Con Su Sangre ruega allá;
   En Jesús solo aventura, Sólo en Él debes confiar;
Jesús solo, Jesús solo, puede al pecador salvar;
   Jesús solo, Jesús solo, puede al pecador salvar.
(Traducción libre de “Come, Ye Sinners”
      por Joseph Hart, 1712-1768; alterada por el pastor).

 

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(FIN DEL SERMÓN)
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El Solo Cantado Antes del Sermón por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith:
“Come, Ye Sinners” (por Joseph Hart, 1712-1768).


EL BOSQUEJO DE

¡UN HOMBRE BUENO PERDIDO Y
UN HOMBRE MALO SALVO!

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14).

I.   Primero, el hombre “bueno” que estaba perdido, Lucas 18:11-12;
Isaías 57:21; Jeremías 17:9; Isaías 33:14; Mateo 7:23.

II.  Segundo, el hombre malo que fue salvo, Lucas 18:13; Salmo 51:3;
Romanos 7:24.