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LA ASCENSIÓN DE CRISTO

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 10 de Febrero, 2013

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).


Los Jebuseos eran los enemigos de Israel. Ellos tuvieron la ciudad de Jerusalén mucho después de que el resto de la tierra había sido tomada por el pueblo de Dios. Pero David y sus hombres finalmente tomaron la ciudad. David recordó cómo sus soldados habían asaltado la parte alta de Jerusalén. Este fue el monte del Señor, el Monte Sión, donde el Templo de Dios iba a ser puesto. Con canciones y gritos de júbilo, David trajo el Arca del Pacto al Monte Sión, al lugar donde permanecería. Pero David miró más allá de la escena terrenal. Vio a Cristo ascendiendo, tomando cautivos a medida que iba, y teniendo la victoria para Su pueblo, para Él poder habitar en medio de ellos como su Señor y Salvador. Y así, en el Salmo 68, David escribió:

“Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres, Y también para los rebeldes, para que habite entre ellos JAH Dios” (Salmo 68:18).

Mil años más tarde el Apóstol Pablo fue movido por el Espíritu de Dios para aplicar esas palabras a nuestro David, el Señor Jesucristo, cuando ascendió de nuevo al Cielo, a la diestra de Dios. Y así el Apóstol citó el Salmo 68:18, aplicándolo a Cristo resucitado,

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).

Señor Jesucristo descendió del Cielo como un bebé cuando vino al pesebre de Belén. Descendió aún más cuando se hizo “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Descendió aún más cuando nuestros pecados fueron puestos sobre Él en el Huerto de Getsemaní, cuando Él jadeaba y gemía y sudaba “como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Descendió aún más cuando “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). Y Él descendió aún más bajo cuando Su cadáver fue puesto en la tumba. Como el Apóstol Pablo dijo que Él: “también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra” (Efesios 4:9). Largo y oscuro fue Su descenso, abajo hacia la humillación, aflicción y muerte. En lo profundo de la oscuridad y el abandono clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Abajo en la tumba yacía mientras los soldados Romanos sellaron Su tumba y vigilaban.

Pero al tercer día, temprano en la mañana, la tierra tembló, el ángel del Señor removió la piedra de la puerta; ¡Jesús resucitó de entre los muertos y salió de aquella tumba oscura en el sol de la mañana!

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Los días pronto pasaron;
   Se alza en la resurrección;
¡A la cabeza gloria dad! ¡Aleluya!
   ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
(Traducción libre de “The Strife Is O’er,”
     traducida por Francis Pott, 1832-1909).

¡En aquella brillante mañana de Pascua Cristo comenzó Su ascenso glorioso! Para probar que Él había resucitado, de carne y hueso de entre los muertos, Él se quedó en la tierra, y “después de haber padecido se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). María Magdalena y Santiago lo vieron solo. Los once Discípulos lo vieron cuando Él se puso en medio, “Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos” (Lucas 24:42, 43). Dos en el camino a Emaús hablaron con Él. Quinientos hermanos a la vez lo vieron. Él dijo a los Apóstoles: “Palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). Tomás puso los dedos en los agujeros en Sus manos, e incluso metió la mano en la herida de Su costado, hecha por la lanza que le había traspasado en la Cruz. El hecho de que Jesús había muerto realmente fue probado por la herida abierta en Su costado. Y el hecho de que había resucitado de entre los muertos fue probado por Tomás palpando al Señor resucitado. Más allá de cualquier duda, ¡Cristo Jesús había resucitado de entre los muertos!

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
La muerte hizo ya lo peor,
   A las tinieblas Cristo esparció;
Con santo gozo grítenlo. ¡Aleluya!
   ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Cuando Él había probado a ellos que había resucitado de entre los muertos, Jesús llevó a Sus Discípulos al Monte de Olivos. Mientras observaban, “Fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos” (Hechos 1:9). Sin duda, el poeta no se equivocó cuando dijo:

Arpas de oro suenan, Cantan ángeles,
   Puertas celestiales, Abiertas al Rey:
Cristo, el Rey de Gloria, Rey de Amor, Jesús,
   Ascendió triunfante A Su trono allá.
Terminó Su obra, Con gozo cantad;
   Jesús ascendido: ¡Gloria a nuestro Rey!
(Traducción libre de “Golden Harps Are Sounding”
   por Frances R. Havergal, 1836-1879).

El Señor Jesucristo ha regresado al lugar celestial de donde había venido. ¡Oh Cristo, Tú eres el Rey de la gloria! ¡Tú eres el Hijo eterno del Padre! ¡Tú estás sentado en el más alto Cielo, el trono de gloria, vestido en el poder, el Rey de Reyes y Señor de Señores!

Jesucristo reina por todos los siglos;
   ¡Coronadle! ¡Nuestro rey es Jesús!
Jesús viene, vencedor sobre el mundo,
   Fuerza y gloria, son de nuestro Señor:
¡Alabadle! Di Su excelente grandeza,
   ¡Alabadle! ¡En gozosa canción!
(Traducción libre de “Praise Him! Praise Him!”
   por Fanny J. Crosby, 1820-1915).

Lo cual nos trae de nuevo a nuestro texto,

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).

Y del texto aprendemos tres grandes verdades acerca de la ascensión de Cristo al Cielo.

I. Primero, el triunfo de Cristo fue visto en Su ascensión.

Cristo vino a la tierra para luchar contra los enemigos de Dios y del hombre. La batalla que Él luchó no fue contra sangre y carne, “sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Cristo luchó contra el pecado, la muerte y el Infierno. Luchó contra el odio a Dios y el amor a la religión falsa. Luchó contra el Diablo y sus demonios. Luchó contra estos enemigos hasta que sudó grandes gotas de sangre, y “derramó su vida hasta la muerte” (Isaías 53:12). Y cuando la batalla terminó, ¡se levantó victorioso de entre los muertos y ascendió al trono del Padre!

La vergüenza, el sufrimiento y la blasfemia están muy lejos de Él ahora. Ha ido más allá del alcance del desprecio de los Saduceos y las acusaciones de los Fariseos. Judas no puede besarlo ahora, Pilato no puede azotarlo ahora, Herodes no puede burlarse de Él ahora. ¡Él está muy por encima del alcance de Sus enemigos ahora!

Él viene a salvarnos, Él sangró y murió,
   Hoy es coronado con Su Padre está;
Nunca más sufriendo, Nunca más morir,
   Jesús, Rey de Gloria, Ascendido es.
(“Golden Harps Are Sounding,” ibid.).

La obra de Cristo en la tierra había terminado. Cuando Él clamó desde la Cruz: “Consumado es”, no había nada más que hacer por nuestra salvación. Ahora está sentado en Su trono intercediendo por nosotros como nuestro sumo sacerdote. ¡Ahora Él es exaltado sobre todo nombre, y todas las cosas han sido puestas bajo Él! ¡Este es el Cristo que confiamos y que amamos!

Y nunca debemos olvidar todos los beneficios que vienen a nosotros por medio de Él. Es a través de Él que recibimos todas las bendiciones. “[Él] subiendo a lo alto”. “[Él] llevó cautiva la cautividad”. “[Él] dio dones a los hombres”. Alegrémonos en la ascensión de Cristo hasta Su trono. ¡Su ascenso es la prueba de Su victoria, y la evidencia de Su triunfo! Todas las cosas necesarias para nuestra salvación se encuentran ahora en el Cristo ascendido. En verdad, Su ascensión clama: “¡Consumado es!” – ¡Todo lo necesario para nuestra salvación se encuentra en Cristo Jesús a la diestra de Dios en la gloria!

II. Segundo, la ascensión de Cristo venció a todos nuestros enemigos.

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad…”
       (Efesios 4:8).

Nosotros éramos los cautivos. Nosotros éramos cautivos del pecado, esclavos por Satanás, “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Éramos cautivos de lujurias, cautivos del error, cautivos del engaño de nuestros propios corazones. Pero Cristo “llevó cautiva la cautividad”. Nunca olvides que eras cautivo de todos esos enemigos. Nunca olvides que eras un esclavo sin esperanza como el pueblo de Israel en Egipto, y como Faraón, Satanás te tenía en un cautiverio cruel. ¡Pero Cristo, nuestro Moisés, te ha liberado! En Su ascensión, “¡llevó cautiva la cautividad!” ¡A Su santo nombre sea la gloria!

Sin duda están aquí algunos esta mañana que todavía están bajo la cautividad de Satanás, el Príncipe de la Oscuridad. Estáis “cautivos a voluntad de él” (II Timoteo 2:26). ¡Pero Cristo ha ascendido de regreso al Cielo para liberarte de aquel demonio inmundo! ¡Confía en el Cristo resucitado, y Él te liberará del lazo de Satanás, de la culpa del pecado, y del aguijón de la muerte! ¡Yo sé que eso es cierto porque Jesús hizo eso por mí! ¡Él “llevó cautiva la cautividad” y me salvó por Su mano poderosa!

De tierra falsa me alzo,
   Con tierna mano me alzo,
De oscuridad a plena luz,
   ¡Gloria a Jesús, Él me alzo!
(Traducción libre de “He Lifted Me” por Charles H. Gabriel, 1856-1932).

III. Tercero, Cristo ascendido provee dones para nosotros.

El texto completo dice:

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).

En el contexto de Efesios, capitulo cuatro, leemos sobre algunos de los dones que el Cristo ascendido nos da.

“El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:10-11).

Él nos dio los Apóstoles, que escribieron la mayoría del Nuevo Testamento para que lo leyéramos. Él nos dio los profetas para advertirnos. Él nos dio evangelistas para que nos predicaran el Evangelio. Él nos dio pastores para que nos guiaran. Él nos dio maestros para explicarnos y aplicarnos la Biblia. Él nos dio estos hombres dotados:

“A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:12-16).

¡Amén! Lee los escritos de los Apóstoles. ¡Ellos son dones del Cristo ascendido! Escucha las palabras de los profetas, y te beneficiaras de ellas. ¡Sus palabras son dones del Cristo ascendido! Escucha a tu pastor, y dale gracias a Dios por él. Él es un don del Cristo ascendido. ¡Haz lo mismo con los maestros dotados que Él envía para guiarte! Sí, Él “dio dones a los hombres”. ¡Alabado sea Su nombre!

Otro gran don que Jesús nos dio en Su ascensión fue la promesa de Su segunda venida. Su descenso a la tierra aseguró Su ascenso al Cielo, y el haber ascendido aseguró Su venida de nuevo. Jesús dijo:

“Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo...” (Juan 14:3).

La promesa de Su venida es un don muy grande para todo verdadero Cristiano, “no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (I Tesalonicenses 4:13). La gente de este mundo no tiene esperanza. Pero el Cristiano tiene una gran esperanza,

“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (I Tesalonicenses 4:16-18).

Esa es nuestra esperanza, incluso “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). La “esperanza bienaventurada” del regreso de Cristo a esta tierra es uno de los mayores dones asegurados para nosotros por Su ascensión al Cielo. ¡Su ascenso aseguró Su venida de nuevo! Cuando Él ascendió, los ángeles dijeron: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). ¡Amén!

Él viene otra vez,
   Él viene otra vez,
Con poder y gloria,
   ¡Él viene otra vez!
(Traducción libre de “He Is Coming Again”
     por Mabel Johnston Camp, 1871-1937).

La ascensión de Cristo al Cielo nos asegura que Él vendrá de nuevo por nosotros. Esa bendita esperanza es un don que el Cristo ascendido le da a Su pueblo, para que “no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”. ¡Qué gran don! ¡Amén y amén! Pero hay más.

Para los no salvos, el Cristo ascendido envía el Espíritu Santo. Jesús dijo:

“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7-8).

El Cristo ascendido dijo: “os lo enviaré”. Él envía al Espíritu Santo a “convencer al mundo de pecado”. Ese no es trabajo pequeño. Esa es la “obra principal” del Espíritu Santo, Su obra más importante. Cristo envía al Espíritu Santo a convencer pecadores perdidos como tú de tu pecado. Cuando te sientes pecaminoso y perdido, no es porque eres extraño o “raro”. Es porque el Espíritu Santo te está advirtiendo del juicio que viene. El Espíritu Santo convence tu conciencia, y hace que sientas la necesidad de que la Sangre de Cristo te limpie de pecado. No trates al Espíritu Santo con ligereza. Obedece Su obra convencedora y ven a Jesús por fe. ¡Cristo perdonará tus pecados y te dará paz con Dios!

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).

¡Uno de los dones más importantes que Cristo nos da es el don de Su Sangre preciosa! La sangre de Cristo está disponible para ti en este momento. Está allí, en el Cielo, con Cristo. Y la Biblia dice: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (I Juan 1:7). En el momento en que confías en Jesús, Su Sangre te limpia de todo pecado – ¡y estarás listo para encontrarte con Dios y gozar de Él para siempre! Cómo oramos para que confíes en el Salvador, ¡y seas limpio de todos tus pecados por Su Sangre santa! ¡Amén!

Si deseas hablar con nosotros acerca de ser salvo, y convertirte en un verdadero Cristiano, por favor ve a la parte de atrás del auditorio mientras cantamos el himno número siete en el cancionero. El Dr. Cagan te llevará a un lugar tranquilo donde podamos hablar y orar. Ve ahora mientras cantamos.

El nombre más duce es Jesús,
   Y cual Su nombre es tan dulce Él,
Por eso yo le amo tanto a Él;
   Oh, sé el nombre más dulce es Jesús.
(Traducción libre de “Jesus is the Sweetest Name I Know”
     por Lela Long, 1924).

Dr. Chan, por favor guíenos en oración por aquellos que respondieron.

(FIN DEL SERMÓN)
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en www.realconversion.com. Oprime “Sermones en Español”.

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La Escritura Leída por el Sr. Abel Prudhomme Antes del Sermón: Efesios 4:4-13.
El Solo Cantado por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith Antes del Sermón:
“Golden Harps Are Sounding” (por Frances R. Havergal, 1836-1879).


EL BOSQUEJO DE

LA ASCENSIÓN DE CRISTO

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8).

(Salmo 68:18; Isaías 53:3; Lucas 22:44; Filipenses 2:8;
Efesios 4:9; Mateo 27:46; Hechos 1:3;
Lucas 24:42, 43, 39; Hechos 1:9)

I.   Primero, el triunfo de Cristo fue visto en Su ascensión, Efesios 6:12;
Isaías 53:12.

II.  Segundo, la ascensión de Cristo venció a todos nuestros enemigos,
Efesios 2:2; II Timoteo 2:26.

III. Tercero, Cristo ascendido provee dones para nosotros,
Efesios 4:10-11, 12-16; Juan 14:3; I Tesalonicenses 4:13, 16-18;
Tito 2:13; Hechos 1:11; Juan 16:7, 8; I Juan 1:7.