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MI TESTIMONIO

por Dr. R. L. Hymers, Jr.

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Mañana del Día del Señor, 6 de Diciembre de 2009

“Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).


Ese fue el primer verso de la Biblia que memoricé (Mateo 27:4). Si parece un verso extraño, sobre todo siendo el primer verso que memorizar, escucha con atención a mi testimonio y descubrirás la razón por qué Dios lo usó en mi vida.

Yo no crecí en un hogar Cristiano. Mis padres nunca asistían a la iglesia. Nunca me leyeron la Biblia. Nunca los oí orar. La única oración que yo sabía era “El Padre Nuestro”, el cual aprendí de un tío, el esposo de la hermana de mi madre. Yo oraba “El Padre Nuestro” a menudo, pero lo hacía como una especie de encanto mágico. Lo oraba cuando tenía problemas o estaba asustado. Pero yo no tenía conocimiento de Jesucristo, y lo poco que creía en Dios no era más que superstición.

Cuando yo tenía trece años los vecinos de al lado me llevaron con sus hijos a una iglesia Bautista por primera vez en mi vida. Tengo un recuerdo vívido de aquel servicio, pero no recuerdo nada de lo que dijo el predicador. Sólo recuerdo que hablaba en voz muy alta y agitaba los brazos en el aire. El vestía un traje gris claro y una corbata verde brillante. Mientras gritaba y agitaba los brazos, la corbata se movía de un lado a otro. Eso es todo lo que recuerdo del primer sermón que escuché en una iglesia Bautista. Al final de su sermón le pidió a la gente que viniera por el pasillo y se pusiera de pie frente al púlpito. La gente se puso de pie y empezó a cantar. Mi amigo, el hijo de los vecinos, se levantó de su asiento que estaba junto al mío y caminó hacia el frente de la iglesia. Yo pensé: “Eso es lo que se debe hacer”. Así que lo seguí. El pastor nos dijo que regresáramos un par de noches después para ser bautizados. Eso es todo lo que dijo. Esa era una iglesia “decisionista”, así que nadie habló con nosotros ni nos preguntaron por qué habíamos pasado al frente. Mi amigo y yo regresamos. Allí nos pusieron túnicas blancas y fuimos bautizados junto con varios otros niños. ¡Así es como me hice Bautista! Pero yo no era Cristiano. No había sido convertido. Yo no conocía a Jesucristo. Lo único que creía era que se podía conseguir ayuda “mágica” al recitar las palabras del “Padre Nuestro”.

Seguí asistiendo a la iglesia cada Domingo con los vecinos de al lado. Eran amigables y me gustaba ir a la casa de ellos casi todas las noches a ver la televisión. La televisión era una novedad cuando yo tenía trece años. Todos nos sentabamos alrededor de una pantalla pequeña de nueve pulgadas y veíamos programas en blanco y negro casi todas las noches. Y luego iba a la iglesia con ellos todos los Domingos por la mañana. No recuerdo nada de lo que se enseñaba en la Escuela Dominical. Yo no recuerdo nada de los sermones que escuché. En mi memoria, el pastor hablaba mucho acerca del Cielo. Pero no recuerdo lo que dijo acerca de ello. Todos sus sermones están borrosos, no muy claros en mi memoria.

Entonces un día cuando yo tenía unos quince años, la iglesia decidió hacer un acto sobre la crucifixión de Cristo, durante la Semana Santa. De alguna manera me fue dada la parte de Judas, el discípulo que traicionó a Jesús por treinta piezas de plata, lo cual condujo a la detención y muerte de Cristo en la Cruz. Fue entonces que por primera vez memoricé un versículo de la Biblia.

Yo era Judas. Se me había pagado treinta piezas de plata para llevar a los soldados al lugar donde Jesús oraba. Habían arrestado y abofeteado a Jesús. Como Judas, fui a los principales sacerdotes que me habían pagado para traicionarlo. Tiré las monedas a los pies de aquellos sacerdotes y grité:

“Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).

Luego corrí fuera del escenario y me ahorqué, como Judas lo hizo.

Yo hice el papel de Judas cada Semana Santa durante tres años. Las palabras de Mateo 27:4, que me aprendí de memoria, estaban profundamente arraigadas en mi mente,

“Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).

Ese fue el primer verso de la Biblia que memoricé. Las palabras se hundieron profundamente en mi alma. Me pareció que era Judas – que había traicionado a Jesús, que lo había crucificado por mi pecado.

Yo estaba tan consciente de mi pecado que quería hacer algo para deshacerme de él. La mañana del Domingo de Pascua, a la edad de diecisiete años, el pastor preguntó si había alguien que quisiera dedicarse a ser un predicador, y que si había alguien, que pasara al frente y se parara al frente del pulpito. Yo nunca había pensado en ser un ministro hasta ese momento. Pero pensé: “Esto es lo que necesito hacer”. Salí de mi asiento y pasé al frente. Después del servicio todos se acercaron y me dieron la mano, felicitándome por mi “decisión”.

Yo creo que Dios realmente sí me llamó al ministerio esa mañana. Yo no he dudado que Dios quería que yo fuera un ministro desde aquel día, hace más de cincuenta y un años. Pero yo no era Cristiano. Yo aún no había sido convertido. Yo no conocía a Jesucristo. Yo no entendía nada de la limpieza del pecado por Su Sangre. Ahora yo era simplemente un predicador Bautista perdido. Ellos me licenciaron para predicar unos meses más tarde. Esa licencia fue enmarcada y está colgada en mi oficina aquí en la iglesia. Pero yo no era nacido de nuevo. Me aprendí de memoria el Evangelio, y prediqué muchos sermones, pero no era convertido. Yo era solo un “joven predicador” Bautista perdido, tratando de ganar la salvación por ser bueno. Las palabras de Judas en Mateo 27:4 me habían llevado bajo la convicción de pecado, pero no encontré alivio al hacerme un predicador Bautista. Las palabras todavía traspasaban mi corazón,

“Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).

Unos pocos años pasaron y leí acerca de James Hudson Taylor, el gran pionero misionero a China. Yo pensé: “Eso es lo que tengo que hacer. Necesito ser un misionero para los Chinos”. Pensé que eso me ayudaría a ser Cristiano, y quitaría mi culpa. Así que fui a una iglesia Bautista China y me congregué ahí. El próximo otoño fui a la escuela Bíblica, al Colegio de Biola (ahora Universidad) a prepararme para ser misionero. Fue allí donde durante una semana escuché al Dr. Charles J. Woodbridge predicar todos los días en la capilla. El Dr. Woodbridge nació en China, era hijo de misioneros. Eso me hizo escucharlo a él con más atención. El también era un orador muy interesante, y un predicador muy centrado en la Biblia. Él predicaba directamente a través de la Segunda Epístola de Pedro. Cuando llegó a II Pedro 2:1, habló fuertemente en contra de los “falsos profetas” que negarán “al Señor que los rescató”. Hizo la obra expiatoria de Cristo en la Cruz muy clara, que Cristo murió en nuestro lugar para pagar la pena por nuestros pecados. Un día o dos más tarde pasó a II Pedro, capítulo tres. Aquí él habló de los “burladores” de los últimos días que se reirían de la Biblia y negarían la Segunda Venida de Cristo. Él prosiguió a hablar del Juicio venidero:

“…en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (II Pedro 3:10).

Entonces llegó al verso trece, a las palabras:

“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva” (II Pedro 3:13).

Él dijo, “¡Ellos, la gente perdida en el mundo, no tiene esperanza! ¡Simplemente están esperando morir! ¡‘Pero nosotros’ tenemos esperanza en Cristo! ¡‘Pero nosotros’ conocemos a Cristo, hemos sido salvos por Él! ¡Ellos no tienen esperanza! ‘Pero nosotros’ tenemos salvación y esperanza en Cristo”. Esas palabras travezaron corazón como una flecha. Toda mi bondad y mi religión no tenían ningún valor. Yo sabía que el mundo estaba acabado, y el juicio venía. Vine a Cristo por fe en ese momento. Mis pecados se fueron, lavados en Su Sangre. Fui convertido. Lo supe entonces, y lo sé ahora.

Desde que por fe vi el manantial;
   Que tus heridas dan,
Amor que redime mi tema es,
   Y siempre lo será,
Y siempre lo será, hasta que muera yo;
   Amor que redime mi tema es,
Y siempre lo será.
   (Traducción libre de “There Is a Fountain” por William Cowper, 1731-1800).

Sé por experiencia personal lo que es ir a la iglesia sin saber nada sobre el Cristianismo. Así es como fuí a la iglesia cuando era un muchacho de trece años de edad. Yo sé lo que es sentirse confundido, y no saber qué hacer para convertirse en un verdadero Cristiano. Yo sé lo que es estar bajo la convicción de pecado y no saber cómo salir de ella. Yo sé lo que es venir a Jesús y ser salvo. Y sé que Jesús me salvó para que yo le sirviera por toda mi vida en el compañerismo de la iglesia local.

Hace ya cincuenta y cinco años que los vecinos me llevaron a una iglesia Bautista. Cuando miro hacia atrás a través de cinco décadas estoy más seguro que nunca que las cosas más importantes en la vida son estas – Jesucristo y Su iglesia. Sólo Cristo puede darnos la libertad de la culpa y el miedo. Sólo Su iglesia puede darnos la estabilidad, el compañerismo y la fuerza y disciplina en un mundo hostil y desolado. Sólo Cristo y Su iglesia nos pueden dar sentido en una existencia que de otra manera es inútil y sin esperanza.

Si sólo tuviera un sermón que dar yo te diría, sin ninguna duda: asegúrate que conoces a Jesucristo, y asegúrate de vivir tu vida aquí en la iglesia. Juan Calvino dijo: “El que tiene a Dios por su Padre tiene a la iglesia por su madre”. ¿Cómo puede alguien que lee la libra estar en desacuerdo con él en eso?

Esas son las cosas que tendrán más importancia al final de tu vida. ¡Al final estas son las únicas cosas que importarán!

“Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”
      (I Timoteo 1:15).

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (I Pedro 2:24).

“Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios” (Marcos 16:19).

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).

“Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47).

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).

Que Dios te dé la gracia de venir a Jesús y creer en Él. Que Dios te convierta a Cristo. Que seas bautizado en el compañerismo de Su iglesia. ¡Al final estas son las únicas cosas que importarán!

¡Oh, qué fuente de misericordia fluye
   del crucificado Salvador de los hombres!
Sangre preciosa que Él derramó para redimirnos,
   Gracia y perdón por todos nuestros pecados.
(Traducción libre de “Oh, What a Fountain!”
   por el Dr. John R. Rice, 1895-1980).

(FIN DEL SERMÓN)
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La Escritura Leída por el Dr. Kreighton L. Chan Antes del Sermón: Mateo 27:27-36.
El Solo Cantado por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith Antes del Sermón:
“Oh, What a Fountain!” (por Dr. John R. Rice, 1895-1980).