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¡YO FUI SALVO EN UN SEGUNDO!

por Dr. C. L. Cagan

Un sermón predicado en el Tabernáculo Bautista de Los Ángeles
La Noche del Día del Señor, 4 de Enero, 2015

“Yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató… ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:9-11, 24-25).


En todas partes ves gente que piensa que son expertos en religión. En tu universidad, en tu escuela secundaria, en los cafés, y en la calle – personas creen que saben todo acerca de la religión. Ellos rara vez van a la iglesia – o no van nunca. Ellos sólo leen un poco de la Biblia – o no la leen nunca. Pero ellos te dirán cómo es Dios, lo que sucederá después de la muerte, y cómo ir al Cielo, si es que existe. Ellos nunca hablan así de la ciencia o las matemáticas – ¡pero sobre Dios y el Cielo, lo saben todo!

Y en todas las escuelas, hay alguien que simplemente no cree. Yo era uno de ellos. Yo no era Cristiano. Pero fui cambiado de ser un enemigo de la religión a un Cristiano – predicando al Dios que había resistido y al Jesús que había rechazado. Eso requirió un milagro – el milagro de la conversión. Jesús dijo: “Si no os volvéis...no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).

Tú puedes pensar, “yo no soy como tú eras”. Tu vida no es igual que la mía. Pero aun así – la forma en que yo vine a ser Cristiano es esencialmente la misma para cada uno que es convertido. Los detalles puede que sean diferentes, pero los puntos principales serán muy similares en casi todos los casos. Casi todos pasarán por las mismas etapas que yo pasé. Tu camino será el mismo que el mío. Primero, tú vives sin pensar mucho en Dios. Segundo, piensas en Dios, pero luchas con tu pecado y luchas contra Jesús. Tercero, puedes confiar en Jesús Mismo. Si confías en Jesús y te conviertes en Cristiano, pasarás por las mismas etapas que yo pasé. Esta noche voy a decirte cómo me pasó a mí.

I. Primero, que pasó por veintiún años.

Yo estaba en la primera etapa – no interesado, no despertado – durante veintiún años. Yo no crecí en un hogar Cristiano. Yo no fui a la iglesia hasta que tuve 21 años de edad. No leía la Biblia. Las únicas palabras religiosas que escuché fueron cuando la gente estaba maldiciendo. Pensé que yo estaba bien. El apóstol Pablo habló de ese momento en su vida cuando dijo: “Yo sin la ley vivía en un tiempo” (Romanos 7:9). Vivió sin ver cómo la ley de Dios le aplicaba a él. Pensó que estaba bien, y yo también.

Continué con mis ambiciones, empujando duro hacia mis metas egoístas. Yo quería ser un “gran” intelectual y hacer descubrimientos científicos. Yo quería ser importante. Y yo quería hacer mucho dinero. Yo era codicioso. La Biblia habla de “avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5). La palabra Griega traducida como “avaricia” significa “Un deseo de tener más...en un sentido malo... codicia” (traducción de Vine’s Expository Dictionary of Old and New Testament Words). Ese era yo. Trabajé cuando iba a la universidad de UCLA. Tomé un trabajo, luego dos, luego tres trabajos. Vendía mis notas de las clases de matemáticas y ciencias. Escribí guías de estudio e hice un mucho dinero cuando fueron vendidas en la librería de la universidad. Quería hacer un millón de dólares antes que tuviera treinta años de edad. “Yo sin la ley vivía en un tiempo”, sin Dios, pensando que estaba bien.

Puedes ser religioso y aun así ser como yo. Pablo dijo que el “sin la ley vivía en un tiempo”. Él era religioso. Tuvo una educación estricta como niño Judío en Israel. Él iba a la sinagoga. Él estudiaba la Biblia. Él hacía sus oraciones. Pero él no conocía a Dios de una manera real. Y él no estaba consciente de su pecado. Él pensaba que estaba bien como era.

Años mi alma en vanidad vivió,
Ignorando a quien por mí sufrió,
O que en el calvario sucumbió el Salvador.
   (Traducción libre de “At Calvary” por William R. Newell, 1868-1956).

¿Eres así? Tal vez nunca fuiste a la iglesia, como yo. Tal vez tú si fuiste algunas veces. O tal vez tú has ido a la iglesia toda tu vida, como Pablo. Pero tú no piensas en serio sobre Dios o sobre cómo puedes tener tu pecado perdonado. Tú estás “sin la ley” en una falsa sensación de seguridad. ¿Va a seguir así toda tu vida hasta que mueras y despiertes en el Infierno? Yo casi lo hice – hasta que Dios intervino. Y eso nos lleva al siguiente punto.

II. Segundo, qué pasó por dos años.

Cuando yo tenía 21 años, Dios se hizo real para mí. No voy a entrar en detalles, pero cuando tuve un examen que no podía pasar, oré por primera vez en mi vida. Dios me ayudó a pasar el examen. Aún más, durante esa prueba Él estuvo presente conmigo.

A partir de entonces, supe que Dios era real, que Jesús era real, y que tenía que confiar en Jesús o perderme para siempre. Dios me mostró que había estado resistiéndolo a Él toda mi vida. Yo había elegido el pecado y el egoísmo en lugar de Jesús. No tenía paz. No tenía reposo. Era como lo que le pasó a Pablo. Él escribió que:

“Si la ley no dijera: No codiciarás…pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí...porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (Romanos 7:7, 9, 11).

Pablo vivió una vida religiosa y pensó que estaba bien. Pero era codicioso. Él era codicioso y egoísta. Dios le mostró eso. Entonces Pablo supo que era pecador. Sabía que no podía estar delante de Dios, porque él había quebrantado la ley de Dios. Y un día vio que había pecado por rechazar a Jesús. Jesús le dijo: “¿Por qué me persigues?” (Hechos 9:4). La conciencia de Pablo le molestaba. Jesús dijo: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón [de tu conciencia]” (Hechos 9:5). Pablo había estado tan equivocado. Él había pecado contra su Dios y rechazado a su Salvador.

Y eso es lo que Dios me mostró. Él me había protegido y ayudado. Jesús murió por mi pecado. Él derramó Su Sangre para lavar mi pecado. Pero yo le había rechazado. Yo había rechazado a mi Dios. Yo había rechazado a mi Salvador. ¡Qué gigantesco crimen!

¿Cómo puede un hombre pararse y rebelarse en contra de Dios? ¿Cómo puede alguien rechazar el amor de Jesús? No hay una buena razón. Pero eso es lo que hice. La Biblia dice: “La mente carnal [la mente no convertida] es enemistad contra Dios” (Romanos 8: 7). “Simplemente es”. En mi corazón yo era el enemigo de Dios, y era obvio en mi vida. Todos son así hasta que son convertidos. Pablo era religioso, pero en su corazón era enemigo de Dios. Eso era obvio en su vida, en su codicia y su odio por Jesús. Y estás en contra de Dios en tu corazón. No te gusta decirlo, pero por dentro eres enemigo de Dios. La Biblia dice: “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). te has apartado por tu camino. Pones tus propios planes por delante de los mandamientos de Dios. Eres egoísta. Cometes toda clase de pecados. Estás en contra de Dios como lo estaba yo.

Puedes preguntar, “¿Por qué no te volviste a Jesús si sabías que era real? ¿Por qué no confiaste en Él entonces?” No hay una buena razón. Pero eso es lo que hice. Sí, empecé a ir a la iglesia y a leer la Biblia. Dios me mostró del Libro de Proverbios, “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira” (Proverbios 11:4). El dinero no me haría ningún bien cuando me enfrentara al juicio de Dios. Y Dios me mostró:

“Hay camino que parece derecho al hombre, Pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25).

Pensé que iba en la dirección correcta, ¡pero en realidad era el camino de muerte!

Por la Biblia miro que pequé;
Y Su ley divina quebranté,
Mi alma entonces contempló con fe al Salvador.

Pensé en las cosas pecaminosas que había hecho. Pensé en las elecciones que había hecho. Más que eso, pensé en mi naturaleza malvada – cómo yo era egoísta y rebelde hasta la médula. Yo merecía ir al Infierno. Pensé en mi pecado una y otra vez durante dos años. Pero aun así me aferré a mi egoísmo, ambición y codicia. Yo no quería que Jesús estuviera en control de mi vida. Yo no quería que Él cambiara mis planes. Luché contra Jesús por dos años. Lo rechacé. En mi corazón y mi mente dije: “No, no, no”.

¿Eres realmente diferente? No te gusta decirlo, pero te niegas a confiar en Jesús. No quieres que tenga el control de tu vida. Dices cosas buenas de Él, pero tienes tus propios planes. No lo quieres que Él te controle. De hecho, no quieres a Jesús para nada.

Algunos de ustedes dicen ser salvos cuando no lo son. Algunos de ustedes quieren una sensación de seguridad y no al Mismo Jesús. Algunos confían en hechos doctrinales, pero no en Jesús Mismo. Cada uno de ustedes que no es convertido, “se apartó por su camino”. Tú no quieres a Jesús Mismo.

Yo seguí luchando durante dos años. Pronto Dios se habría retirado de mí y yo hubiera vivido mi tiempo hasta morir e ir al Infierno. Pero gracias a Dios, Él me trajo a Jesús. Sucedió en sólo un segundo, el momento más importante de mi vida.

III. Tercero, qué pasó en un segundo.

Yo confié en Jesús y fui salvo en un segundo. El apóstol Pablo fue salvo en sólo un segundo. La Biblia dice que “inmediatamente” las escamas de la ceguera y la incredulidad fueron removidas de él (Hechos 9:17, 18). Hasta entonces – sin ese segundo, él era miserable. Él escribió: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). ¡Pero él encontró a Jesús! Él escribió: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7: 24-25).

Así es con todos los que son convertidos. Hay un momento en que la condición de la persona cambia de perdido a salvo, de muerte a vida, de condenado a perdonado, de incredulidad a confiar en Jesús. No hay término medio. No hay forma de “llegar allí por obras”. No hay “media-confianza”. Es sí o no. Hay un momento en que una persona confía en Jesús y pasa de muerte a vida – o nunca es salvo.

Eso es lo que me sucedió a mí. Un viernes en la UCLA vi un rótulo que anunciaba una reunión Cristiana. Dios me habló, y yo sabía que debía ir allí. Esa noche fui y escuché un sermón del Evangelio de la expiación de Sangre de Jesús. Fui una y otra vez a esas reuniones. Una noche, en Febrero de 1977, al final del sermón, el predicador me guió en una oración. Durante ese tiempo confié en Jesús. No fui salvo porque dije una oración. La oración no tuvo nada que ver con eso. Pero fue entonces cuando confié en Jesús. En un momento, crucé y vine a Jesús. Dios me atrajo a Su Hijo. Fue tan simple, y a la vez tan profundo. No sentí nada. Mi “sentimiento” fue que vine a Jesús, y eso fue suficiente – más que suficiente. Jesús estaba allí para mí. Yo confié en Él. En ese segundo, yo sabía que venía a Jesús. Sabía que estaba siendo atraído a Jesús por Dios.

Todo lo anterior, incluso mis “buenas obras” como ir a la iglesia y parar algunos de mis pecados, habían sido sólo trapos sucios, ropa sucia, ante los ojos de Dios. Todo lo anterior era un rechazo a Jesús, evitándolo a Él, evadiéndolo. ¡Pero no más! Vine a Jesucristo. ¡No más huir! En vez, ¡confié en Él! Sí, había una vida que vivir. Habría pruebas y desafíos, buenos tiempos y malos. ¡Pero yo confié en Jesús! Sucedió en un momento, hace casi 38 años. Ese acto de confiar fue lo más importante que sucedió y sucederá en mi vida.

Y ahora has oído mi testimonio. La mayoría de la gente piensa que un “testimonio” es la historia de la vida de una persona. ¡Pero una historia de vida sin confiar en Jesús no es testimonio para nada! Mi testimonio es acerca del segundo cuando confié en Jesús. ¡Ese es mi testimonio de salvación!

¿Baso mi destino eterno en ese momento? En un sentido – pero yo no confío en el momento o la historia del mismo, no lo que yo dije o pensé o sentí, ¡pero en Jesús Mismo, En quien yo confié en ese momento! Toda nuestra salvación, todas las respuestas que necesitamos ante Dios, se encuentran en Jesús. La Biblia dice:

“Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (I Corintios 1:30).

Sin Jesús, no tienes nada sino pecado. Con Jesús, tienes todo. Una vez más, la Biblia dice:

“Abogado tenemos [los Cristianos] para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados” (I Juan 2:1-2).

Jesús murió en la Cruz para pagar por tu pecado. Él derramó su sangre para lavar tu pecado. Él es la propiciación, el pago, que satisface a Dios para que Él pueda perdonar tu pecado. Jesús es nuestro representante, nuestro abogado, con Dios. Si confías en Él, Jesús se presenta ante Dios y habla como tu abogado. Jesús dice: “Sí, él es un pecador, pero yo pagué por sus pecados con mi Sangre y se han ido”. Por Jesús, soy perdonado para siempre a los ojos de Dios. ¡Jesús es mi abogado! ¡Jesús ES mi testimonio!

¿Por qué hablo tanto de ese segundo? ¿Por qué estoy pasando tanto tiempo en él? ¡Porque eso es lo único que importa! Sin ese segundo, en el cual yo confié en Jesús, yo estaría perdido, y tú también. ¡Pero con esa confianza en Jesús, el Cristiano es salvo por toda la eternidad! Ese momento es más importante que todo en la vida, antes o después.

Confiar en Jesús es un acontecimiento divino, no humano. En el momento de confiar en Jesús, mis pecados fueron perdonados, yo estuve bien con Dios, y el Espíritu Santo vino a morar conmigo. Es por eso que ese segundo es más importante que todos los años de una historia de vida antes de él – y todos los años después. Hay más profundidad, verdad y valor en un momento de confiar en Jesús que en una larga vida sin él. Sí, toma ese corto tiempo. Pero el interior de ese segundo es más grande que toda la vida en el exterior de él.

Puede parecer extraño que el interior de ese corto tiempo es más grande que toda la vida fuera de él. ¡Pero eso es cuando tú encuentras a Jesús! Sientas o no, eso es un encuentro con el Dios infinito y omnipotente – eso es donde tú lo encuentras a Él. ¡El interior de ese momento es más grande que todo lo exterior!

Puede parecer una paradoja, pero esa es la forma que es con Dios. El escritor Británico C. S. Lewis escribió una historia (La Última Batalla) donde unos niños de Inglaterra visitan otro mundo llamado Narnia. Allí los niños y un hombre de Narnia llamado Tirian pasan por la puerta de un establo. ¡Cuando pasan esa puerta se encuentran en el Cielo! Tirian dice: “Parece, entonces, que el establo visto por dentro y el establo visto por fuera son dos lugares diferentes”. La respuesta viene: “Sí, su interior es más grande que su exterior”. Y otra respuesta viene, “En nuestro mundo también, un establo una vez tuvo algo dentro de él que era más grande que todo nuestro mundo”. Por supuesto eso habla de Jesucristo, cuando el Hijo de Dios encarnado (en la carne) nació en la primera Navidad. En ese humilde establo yacía Dios el Hijo Mismo.

Jesús vivió sin pecado por más de treinta años. Murió una muerte horrible en la Cruz, no por ningún pecado propio, sino como un pago por los tuyos. Él derramó Su Sangre para lavar tu pecado. Él resucitó físicamente de entre los muertos para darte vida. En Su muerte y resurrección hay vida eterna. Eso fue un acto cósmico y eterno de pago del pecado para mí y para ti. Es más grande que todo el universo. ¡Es más grande en su interior que todo el exterior!

Jesús murió por ti, un pecador, un enemigo de Dios, que merece castigo. Esta es una gran maravilla, pero Dios es maravilloso. En la Encarnación, Dios el Hijo bajó del Cielo y se hizo hombre. Él nació como un bebé. En la Cruz, Dios el Hijo murió por ti y tomó todo tu pecado. Murió “el justo por los injustos” (I Pedro 3:18), para llevarte a Dios. Él “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero [la Cruz]” (I Pedro 2:24). Jesús murió por ti. Si tú confías en Él, tus pecados serán perdonados. ¡Que confíes en Él pronto! Amén. Dr. Hymers, por favor venga y guíenos en oración.

(FIN DEL SERMÓN)
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La Escritura Leída por el Sr. Abel Prudhomme Antes del Sermón: Romanos 7:7-11, 24-25.
El Solo Cantado por el Sr. Benjamin Kincaid Griffith Antes del Sermon:
“At Calvary” (por William R. Newell, 1868-1956).


EL BOSQUEJO DE

¡YO FUI SALVO EN UN SEGUNDO!

por Dr. C. L. Cagan

“Yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató… ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:9-11, 24-25).

(Mateo 18:3)

I.   Primero, que pasó por veintiún años, Romanos 7:9; Colosenses 3:5.

II.  Segundo, qué pasó por dos años, Romanos 7:7, 9, 11;
Hechos 9:4, 5; Romanos 8:7; Isaías 53:6; Proverbios 11:4; 16:25.

III. Tercero, qué pasó en un segundo, Hechos 9:17, 18; Romanos 7:24, 25;
I Corintios 1:30; I Juan 2:1, 2; I Pedro 3:18; 2:24.